A través del periodista e impagable cronista de la cotidianidad local, Fernando Franco, me entero del fallecimiento del extraordinario pintor vigués Santiago Montes quien, haciendo gala de toda su discretísima trayectoria vital, así como humildad franciscana, decidió ausentarse de esta vida en silencio y evitando todo tipo de resonancia social.

Habíamos compartido estudios y aula en el instituto de Enseñanza Media Santa Irene de esta ciudad, en el que se había gestado una entrañable y perdurable amistad entre ambos que se extendería hasta la actualidad. Persona de grandes calidades y cualidades humanas, con una enorme sensibilidad y fuertes convicciones personales, a las que acompañarían una inmensa nobleza que le granjearían innumerables amistades en todos los ámbitos y concretamente en el pictórico: Laxeiro, Urbano Lugrís, etc. siendo un gran admirador y defensor del poeta Carlos Oroza. El mismo Cunqueiro lo definiría como “a facilidade milagreira para falar co pincel, coa pluma, un espírito claramente poético”. Después de militar casi toda su vida artística en la técnica del óleo, con temática paisajística, bodegón, etc., cambió a otro estilo diametralmente opuesto, como lo es el abstracto, tal vez influido por los consejos del gran escritor Marcel Proust, que recomendaría: “Si no te gusta la realidad en la que vives, invéntatela”. Santiago poseía una gran habilidad para manejar la textura en su creación pictórica, ese atributo táctil del lenguaje de su pintura. Su legado y su obra nos quedarán para siempre en los museos de la ciudad: Quiñones de León, el MARCO, así como Afundación.

Toda la policromía que descansaba en su paleta alborotada de colores ya se apagó y como la definiría el fundador del arte abstracto, Kandinski: “Era en sí, una obra más bella que muchas obras de arte”. Sus apagados colores aún tienen el encendido vigor para diseñar el mejor cuadro otoñal de la despedida.

Amigo Santiago, amigo pintor y amigo del alma, descansa en paz.