Pasaron más de dos minutos hasta que me di cuenta de que no llevaba el cinturón de seguridad porque mi coche inteligente no me avisó con su pitido habitual. El otro día me dio un golpe un vecino porque le falló el sensor de aparcamiento. Y mi amigo madrileño se fue a Lugo cuando quería ir a Monforte porque el navegador de su automóvil así se lo indicó. Son algunos ejemplos de cómo la tecnología que nos venden, que por un lado se agradece ya que nos ayuda en cómo nos conducimos a diario, pero por otro lado nos puede volver conductores dependientes e idiotizados por su resplandor, llegando a olvidarnos de que aquella está a nuestro servicio y no al revés. Algo similar pasa con las votaciones en el Congreso. Hay algunos que aprietan el botón pero ya no saben lo que votan. Quizás deberíamos tener un poco más de control de nuestras acciones y no dejarnos idiotizar por el resplandor que quieren vendernos algunos.