Vaya por delante, que el estilo dialéctico de la señora Montero no me gusta un pelo. Más que por lo que dice que a veces también, por cómo lo dice sobre todo. En política y en la vida a veces la sutileza es mas eficaz que la crispación. Dicho esto, no creo en modo alguno que haya elaborado una Ley con mala intención, ni con afán de perjudicar a las mujeres, pero ha actuado demasiado en clave política; desoyendo advertencias que se han demostrado premonitorias de partidos tan dispares como PP y ERC y de un demoledor informe del CGPJ. Tampoco creo, que la Ley del “sí es sí”, deba ser enviada a los leones en su totalidad, pero sí debería pasar a la nevera jurídica para reformular alguno de sus apartados.

La polémica está servida y el debate entre juristas y tertulianos echa humo. Hay un hecho tangible que escapa de cualquier apreciación; la Ley, ha puesto en la calle de facto a personajes deleznables y ha fusionado delitos claramente diferenciados. Es como meter en el mismo saco a los autores de una paliza sin resultado de muerte y al autor o autores de un homicidio o un asesinato.

El elemento más disuasorio para los acosadores, abusadores y violadores, es la aplicación de la Ley y, desde mi punto de vista, la revisión de las penas debió de establecerse al alza. Nunca a la baja, con el argumento, de la reinserción, la rehabilitación y los códigos, que, según se interpreten, favorecen más al agresor que a las víctimas. He llegado a escuchar que esa rebaja de las penas es un gran logro democrático. No puedo estar en mayor desacuerdo. Poner a esos personajes en la calle por una Ley apresurada y poco meditada, es simplemente una burla a las víctimas y enviar a la calle “bombas que caminan”. Las estadísticas de reincidencia y el alarmante aumento de víctimas de la violencia machista, deberían haber sido argumentos de mucho peso, para un estudio minucioso de por dónde vienen los fallos del sistema. Educación, desde la base sí, pero esa sangría de muertes y abusos sexuales y agresiones, no se arreglan con paños calientes. Están ahí y hay que atajarlos con dureza.

Por último, la reacción de la señora Montero ante los graves efectos colaterales de la Ley, cargando sin medida contra jueces, mientras espera del Supremo que deshaga el entuerto, parece más una pataleta, que una reflexión ponderada exigible a una ministra. La defensa cerrada de su actuación por periodistas afines y algún magistrado emérito, tiene muchos más matices políticos y partidistas. Intentan rizar el rizo del tecnicismo, olvidando el agravio a las víctimas. Evitar que continúe debiera ser la prioridad; nunca la defensa a ultranza ni de la ministra ni de la Ley que metió con calzador, no jurídico, sino ideológico.

El resultado y consecuencia ha sido “hacer un pan como unas hostias”. Por mucho menos un o una ministra-o debiera dimitir o al menos poner los medios para reformular su torpeza.