Son tiempos difíciles. Entre lo que tenemos y lo que nos falta se forma la tormenta perfecta. Bienvenida sea la lluvia. Porque nos sobran los incendios, la sequía y la guerra, entre otras cosas prescindibles. Unas dependen de nosotros pero otras no. Y falta agua, energía, electricidad, gas, ilusión por un futuro (más incierto que nunca) y cada cual añadiría su particular lista de carencias. Porque la vida está ya a precios inasumibles para la mayoría. Puede que sea el final de la época estable de nuestra civilizada Europa, y el comienzo de un retroceso, cuyas últimas consecuencias desconocemos. Si al menos este declive fuera solo económico aún podría tener solución. Pero la decadencia moral y la falta de valores parece envolver los acontecimientos cotidianos. Se diría que cada vez hay menos respeto a la vida. Y peor aún a la vida de quien sea débil y vulnerable. Lo de “no dejaremos a nadie atrás” es una gran mentira. Esta sociedad no solo deja atrás, sino que también le niega la existencia al más indefenso.

Con el progresismo que tenemos ¿se está legislando y aprobando leyes para la protección de los débiles? “Para que no sufran”, suele ser el argumento. Nos convencemos escuchando elaborados discursos en los que nadie cree, y menos aún piensa aplicarlos a sí mismo, pero suenan bien y cumplen con la estética exigida para la galería. Hoy el mundo es un bazar chino. Hay todo tipo de entusiastas para todo tipo de ideologías: disparatadas, absurdas, irracionales, inútiles, radicales...y sus contrarios. Pero la vida de un ser humano debería estar al margen y a salvo de estos vaivenes mentales. Y, por supuesto, fuera del alcance de los iluminados de turno, que tienen mucho poder y pocos escrúpulos. Si una ley no protege la vida ya no es una ley. Es otra cosa.