Podemos imaginar en mil cumbres diplomáticas un alto al fuego en Irak, Afganistán, Israel o el Congo. Podemos seguir nuestra huella de carbono y seguir escondiendo la basura debajo de la mentira. Podemos rearmar a Ucrania una y otra vez. Pero no podemos acabar con la guerra. Nunca. La guerra se hace por motivos concretos. Por recursos. Agua, tierra, gas, petróleo. Trigo en grandes extensiones. Todo lo que mueva el mundo. Ucrania es una fuente de recursos. Alimenta a parte del mundo. Está plagada de jugosas centrales nucleares. Irak también fue una fuente de recursos fáciles para Occidente. De ahí la guerra. Las guerras de religión no existen. Son una leyenda. Palestina e Israel luchan por recursos. No por otra causa. Podemos pensar que enfriando la sangría de Ucrania se acabará el problema. Pero luego comenzarán otros. Georgia, Azerbaiyán o Taiwán. La guerra es infinita y puede surgir en cualquier lugar. Solo en lugares donde no se compite con nadie no existe. Como Australia o Nueva Zelanda. Nueva Zelanda, mon amour.