No hay nada más triste que ser dj y poner una y otra vez reguetón de tetabrick barato. Un baile al que no estamos anatómicamente preparados en la península. Se nos da como patos en el Manzanares. A ellas también. No es sólo la industria musical la que se empeña en destruir nuestros tímpanos y estropear cada noche de fiesta. El dj tiene muchas posibilidades. Un abanico de grupo gallegos e internacionales de gran calidad. Una buena noche. Pero se empeña en repetir una y otra vez la destrucción sonora que representa cada reguetón de tío vivo. El dj también recibe presiones. La música de moda es una imposición. Y él es una pieza más del engranaje.

El negocio musical impone cada minuto y en cada altavoz que es lo que debe sonar. Y noche tras noche amaestra a sus oyentes para que bailen de pena. Y al final acaban creyendo que esa música les gusta. Como robots que se mueven a un solo sonido de base. Prefiero los movientos del Mick Jagger. Son más reales y menos sexistas.