La palabra elegancia es difícil de definir, ya que es un bien intangible. La elegancia está en el talante interior, en la delicadeza de alma, en el aroma de la virtud, todo ello enriquecido por la cultura y por el cultivo del gusto y por una amor apasionado por la belleza. Así pues, la elegancia tiene mucho más que ver con la riqueza interior que con el adorno externo de unas ropas.

La elegancia se sustenta siempre en disposiciones personales bien definidas. Un hombre o una mujer sin una fuerte personalidad es muy difícil que sean elegantes. El mundo de la moda tiende a desnudar al ser humano para captar su belleza, con cuerpos con medidas idénticas, uniformes, pero el ser humano se agota en su corporalidad. La elegancia sabe cómo reafirmar la propia personalidad sin someterse a modelos comunes. Cada ser humano es distinto, único e irrepetible. Ahí radica su riqueza. El camino a seguir es fomentar las virtudes interiores a través de una formación exquisita, para que así en las manifestaciones exteriores éstas hagan patente su elegancia interior. Lo que somos por dentro es lo que manifestamos por fuera. No hay dicotomía posible entre nuestro mundo interior y lo que mostramos externamente. Se exterioriza lo que pertenece a nuestra forma de ser más íntima. Le corresponde al alma conformar, vitalizar e iluminar el cuerpo. Ser delicado interiormente y tener un vocabulario grosero no es posible. El ser humano es sobre todo unidad, y la elegancia surge siempre como fruto de la delicadeza del espíritu. Todos los seres humanos pensamos y hablamos en función de lo que pensamos, y pensamos en función de lo que somos (elegantes o vulgares).

No se trata de “ponerse elegante” sino de “ser elegante”. La ropa, los cosméticos, no logran ocultar la vulgaridad que puede albergar una alma. Sin finura de espíritu, la apariencia exterior puede ser glamurosa, hasta frívola, puede despertar al espectador la euforia propia que producen las cosas bellas, pero su alcance es muy corto y el desencanto grande cuando se comprueba que a aquel cuerpo bellamente vestido no le corresponde igualmente un alma bellamente adornada. La elegancia no se compra, porque el estilo personal sólo se confecciona con el tiempo y con el ejercicio de la virtud.