Ayer me dormí en 2022 y hoy me levanté en 1924. Ahora que me digan que los viajes en el tiempo no son posibles. Y de pronto me encontré contemplando una revolución similar a la francesa pero en formato digital y con mucha menos repercusión y efectividad. Y no digo que su actuación fuera correcta, remarco que fue efectiva.

Simone de Beauvoir lo avisó y no quisimos verlo. Que no bajásemos la guardia. Que hoy lo habíamos logrado pero la guerra no estaba ganada. Que solo eran batallas. Y que el final quizás no existiría. Y quizás tuviera razón. Porque al fin y al cabo son ellos los que siguen decidiendo sobre nuestro cuerpo y nuestros derechos. Por mucho que Gloria Steinem alzase la voz e hiciese eco.

Ayer perdimos una batalla de una guerra infinita. Pero no el derecho a alzar la voz en contra de ello. Que bonito ver que, a pesar del mal trago, todavía queda gente con principios y de principios. Que tienen claro que aquí la equidad es lo principal. Que el hecho de que “soy feminista porque tengo madre y esposa” no sea un lema sino una contrariedad. Que las miles de mujeres que lucharon ayer todavía perviven en el mañana. Y que no deben ser ellos sino ellas quienes dicten las exigencias sobre sus propios cuerpos y emociones. Que un hombre no debe decidir sobre el cuerpo de una mujer.

Y quizás mañana me despierte y haya sido todo un mal sueño. Y no me encuentre con historias de Instagram y tweets de rebelión. Y volvamos a 2022. Y Simone de Beauvoir no se retorcerá en su tumba y nos gritará a pleno pulmón que lo había avisado. Que bajamos la guardia. Que no estamos en un episodio de El Cuento de la Criada.