Era un 3 de junio de 2017 muchos quedamos conmovidos por el atentado yihadista en el puente de Londres.

Un joven español, bajito, fuertote, noblote y con una sonrisa entrañable, perdió la vida en un acto heroico. Año tras año procuro indagar en las motivaciones que le pudieran llevar a actuar así frente a unas circunstancias extraordinariamente complejas.

Descarto una reacción emocional o que desconociera la verdadera gravedad de su actuación, testigos de lo sucedido nos informan de que él vio a mucha gente corriendo con pánico, vio camisas ensangrentadas. Aun así, corrió al lugar de los hechos con la sola arma de su monopatín salvando la vida de Marie Boudeville. Murió dando la vida por los demás.

Esta gesta traspasa fronteras y conciencias, un héroe sencillo, alegre y campechano y ya se habla por ahí de declararlo beato.

Aquel tres de junio Don Javier Echeverría –con e no con a– nos da un ejemplo de valentía, generosidad y de donación extrema. Él es sintético, sencillo y tremendamente consecuente con la fe que profesaba, al igual que su Maestro muere dando la vida por los demás y yo me pregunto: ¿se puede amar más?

El amaba a Comillas, los deportes de mar, el mundo del monopatín. Se le ve en vídeos disfrutando mucho con compañeros de afición.

Deja muchos amigos y mensajes, quizá el que mas me llama la atención esa cualidad tan poco actual de ser consecuente: actúa según piensa con una consecuencia que incluso es más fuerte que el instinto de supervivencia.

¡Chapó Don Javier! Y arriba esos monopatines que rinden honores.