En la entrada de una gran compañía de seguros en Dublín había un anuncio que decía: “Aseguramos todo menos el tiempo y el amor”.

Yo que he estado por temas de negocios en Dublín sé que allí sería temerario asegurar el buen tiempo. Mi amigo Manuel Fidalgo sí puede asegurar en su compañía de seguros el buen tiempo en Vigo, pues los que hemos vivido en distintas ciudades en España sabemos que esta ciudad tiene sin duda el mejor clima, con diferencia, de todas ellas.

Lo que sí es cierto es que ninguna compañía de seguros te puede asegurar el amor. Hacer el amor se compra y se puede comprar en dos vertientes: una, la clásica, llamada prostitución; y otra, de la que se habla menos pero que es también una auténtica prostitución, cuando un hombre o una mujer se casan sin auténtico amor porque uno de los dos tiene una buena posición económica. Se entregan a cambio de un bienestar material. El amor no se compra. El auténtico amor, ya lo decía una canción antigua, “es lo más maravilloso”.

En un mundo en el que se han perdido los grandes valores: sinceridad, valentía, solidaridad, etc... no se comprende que existan hombres o mujeres que se entreguen a Dios siendo monjas o frailes o en movimientos religiosos como las prelaturas personales.

El amor no se compra. El amor tiene que nacer del fondo del ser y así es maravilloso. Los sacrificios y los trabajos nos parecerán pocos para conseguir este auténtico amor. Este amor auténtico de una mujer o de un hombre tiene unas consecuencias muy importantes para crear una sociedad sana.

Cuando hay amor auténtico en un matrimonio los grandes beneficiados son los hijos. Cuando un matrimonio no funciona o hay importantes desavenencias los hijos no se educan en los grandes valores, pues un niño necesita ser amado no solo por su madre si no también por su padre.

Que en la familia haya paz repercutirá en una sociedad de paz y solidaridad. Por eso es vital que el hombre y la mujer contraigan matrimonio con verdadero amor y su entrega será un anticipo del cielo. Vivimos en una sociedad más difícil que la de hace cincuenta años. Ahora tenemos el peligro de que los dos trabajan fuera del hogar, llegan cansados y con pocas ganas para echar adelante el proyecto familiar. Ya puede uno triunfar en su proyecto empresarial o profesional que si no se vuelca en su misión familiar y no se emplea a fondo con sus hijos y con su cónyuge sus vidas podrán ser un auténtico fracaso.

Tenemos todos el peligro de prostituirnos si no somos fieles a nuestros principios e ideales como cuando éramos jóvenes aún. La actitud de lucha debe ser nuestra divisa, pues sin lucha y constancia todo queda en agua de borrajas.

A luchar y a pelear y a pedir a nuestro padre Dios que nos ayude a mantener un buen camino para nuestra felicidad y la de todos los nuestros.

*Miembro Club 55