Es encender la televisión o abrir las redes sociales y todo son gritos de alarma. Un consenso con voz de gigante que exige más y más restricciones para tratar de atajar la sexta ola. Pero si se presta suficiente atención, se puede intuir un incipiente clamor: la súplica, todavía contenida, de todos los jóvenes que ante el indicio de nuevas medidas solo vemos negro.

Recapitulemos. Durante los últimos veintiún meses, la gente joven de nuestro país hemos sufrido, al igual que el resto de los ciudadanos, el horror del aislamiento y la profunda incomodidad de cumplir con restricciones que atentan contra el núcleo de nuestro estilo de vida. En nuestro caso, además, nos hemos visto atravesados por dos cursos de educación en condiciones precarias y por el cierre intermitente de la totalidad de los espacios de ocio de los que disponemos.

Y no dijimos ni pío. Como todos, fuimos cumplidores. No salimos a la calle y nos pusimos la vacuna cuando tocó. Y, aun así, fuimos objeto de constantes ataques mediáticos responsabilizándonos de cualquier incremento de contagios. No tenemos peso político ni movimientos de protesta. Somos el chivo expiatorio perfecto para justificar nuevas restricciones que lucen estupendas de cara a la galería. El resultado: una oleada de trastornos de salud mental en los jóvenes y una generación que se encuentra cada vez más lejos de las instituciones y los representantes públicos.

No confundan estas líneas con el berrinche victimista de un chaval que teme no poder acudir a su fiesta de Fin de Año. No nos dan igual los fallecimientos ni la economía. No somos negacionistas. Pero tenemos claro que los cierres, los toques de queda y la mascarilla en exteriores son medidas extremas que en su momento fueron útiles, pero que tras la vacunación y el desarrollo de herramientas como el pasaporte COVID, están completamente desfasadas y carecen de toda lógica. Mientras gobernantes de todos los colores discuten si vamos a poder ver a familia y amigos en Navidad, la Atención Primaria y el acceso a las pruebas de diagnóstico siguen siendo pobres y escasos de recursos.

¿Cuándo termina este círculo vicioso? ¿No era una mutación muy contagiosa y de bajo índice de hospitalización lo que los epidemiólogos auguraban que marcaría el fin de la pandemia? ¿Hasta cuándo seguiremos asumiendo medidas que invaden nuestra esfera individual de derechos impuestas por políticos que dan la espalda a los problemas de la juventud? Animo a todos los jóvenes que compartan esta visión a que se sumen a la reivindicación. ¡Ya basta!