Resulta que ahora todo el mundo busca su día de gloria, el protagonismo en redes, el tuit más original, los aplausos más fáciles. Como el río Ebro le quita la primera plana al volcán Cumbre Vieja, el mismísimo Gobierno de la nación entra también en el juego. Sánchez intercambia frases ingeniosas con Casado, Yolanda Díaz vuela en el Falcon al Vaticano para entrevistarse con el papa, quizás para presentarle la recién aprobada ley de la eutanasia por el Gobierno del que forma parte. Por otro lado, Rufián, como un adolescente consentido, le arroja los papeles a Rajoy, un expresidente de la nación que le dobla la edad. Seguimos con la buena educación. Lo que sea con tal de entretener y despistar de los problemas de ahora, de hoy. Los problemas reales: sube la luz, el gas, la gasolina, y a partir de ahí todo lo demás en cascada, empezando por el pan y todos los artículos de primera necesidad. Ante una expresión propia de la barra de un bar se levantan sus señorías a aplaudir, ojo, de la misma forma que lo hacen cuando el político miente o promete lo que sea que quede bien para los titulares de los medios o para contentar a una sociedad que parece vivir en los mundos de Yupi, totalmente adormecida.

Señores políticos, ¿para qué les pagamos el sueldo? Mientras ustedes se intercambian frases de lo más guay, la luz sigue subiendo, los de la Palma siguen sin ayudas, los agricultores cierran sus granjas y, así, un suma y sigue que ya veremos cómo nos da la risa floja cuando hayan repartido magnanimamente las ayudas de Europa. ¿Dónde? Ah, ya se sabrá a su debido tiempo. Es triste, desalentador, induce a la desconfianza, incluso al miedo, el nivel de la clase política que nos gobierna.