Con Laporta, que parecía una buena persona, Messi quería quedarse y cuando llegó el momento de firmar el contrato, el presidente escondió el bolígrafo y el argentino se fue por la puerta de atrás. Nada de chiringuitos fiscales, pensaron, pues la corrupción en España es más visible que el cambio climático.

Vimos a Messi llorar, no eran lágrimas de cocodrilo como algunos dicen, pero sí lágrimas de amor por un club, el club de toda su vida.

Algunos aficionadas también lloraron al ver rasgar de la fachada del Camp Nou el póster gigante del astro argentino.

Días más tarde, Messi resucitaba en París, rodeado de figuras y amigos y lejos de aquel nido de avispas catalanas.

Hace años, cuando el mundo futbolístico era normal, Maradona se fue del Barcelona para hacer campeón al Napoli. Hoy Messi puede hacer lo mismo, pues lo tiene más fácil, se encuentra en un superclub y no en una superliga.

Los aficionados barcelonistas ya no podrán ver los milagros de Messi en el Camp Nou, ahora se tienen que contentar viendo su foto en la taberna del barrio.