Es en días como hoy cuando uno recuerda lo solo que está, aún con padres y hermanos, amigos, compañeros de trabajo y toda esa maraña biológica y social que nos rodea y se enreda en torno a nosotros en el mundo, en ocasiones para sostenernos y alentarnos, otras para arrastrarnos y asfixiarnos. Esa maraña, que nos ha hecho olvidar creyéndonos que vivíamos tiempos de bonanza y “progreso histórico de las mentalidades” –qué concepto tan soberbio–, y sobre todo que estábamos seguros, algunos se habrán llegado a sentir iguales incluso. Todo porque ¿una vez al año se nos permite salir a las calles en manada, a exhibirnos para hazaña populista de unos, fiesta para otros y ganancia económica de otros? Pero es en mañanas como esta cuando el dolor y el terror que acosa a las mentes despiertas debe reactivarnos, despojarnos de las alhajas del mundo, de estas alas ignominiosas que una vez más nos han fabricado otros políticos y charlatanes, quemarlas en fuego y volver simplemente a “ser” quienes somos.

En esta mañana muchos hemos recordado lo solos que estamos, cuando nuestros padres no comparten nuestro miedo, cuando su instinto y su experiencia del mundo debería hacerles sentir más, cuando nuestros amigos se suman a las manifestaciones para defender “nuestra vida”, nuestro derecho a “vivir” y a no ser ejecutados públicamente “por ser lo que no elegimos ser”. Porque nuestro estigma es ser distintos a nuestros padres, y por ello nuestra herida, nuestra soledad puede llegar a ser de las más difíciles de asumir. Esas heridas que nos han hecho pasar por cobardes durante tanto tiempo.

Hemos revivido el dolor que durante siglos nos ha hecho sufrir el silencio en nuestras familias, círculos y comunidades. Ese dolor que alimentaba el miedo, el miedo a vernos efectivamente solos, el miedo que construía cárceles invisibles, “armarios” –ojalá fueran armarios–, el miedo que nos llevaba irremediablemente a la soledad, la huida y el desarraigo, para una vez ahí dictar la sentencia de un juicio ya escrito y... ejecutarla.

El miedo que radicaliza y que exagera los rasgos en un gesto de autodefensa, y que ha arrastrado a tantos al autoodio y la miseria existencial, por “ser”...Porque en esta causa de segregación social y política no existen razones, ni siquiera fruto del devenir político e histórico, la razón es el “porque sí” que solo mentes incomprensibles pueden comprender, desde siempre y probablemente para siempre.

No seamos ingenuos. La maldad, la agresión, el asesinato, son gestos de pura voluntad, premeditada, preexistente antes de su ejecución, arraigados en la mente y el corazón; lo que somos simplemente ser, innato, existencial, puro, natural.. Hoy debemos más que nunca recordar que no estamos solos, y recordar a los que se olvidan de nosotros, a nuestros “amigos”, “compañeros”, “padres”, “hermanos”, quienes somos sus “hijos”, “amigos”, “compañeros”, “médicos”. Personas, no víctimas.