Transcribo un párrafo del magnífico libro “La seducción de las palabras” (Álex Grijelmo, Burgos, 1956). Dice así: “Ciertamente, no hay nada nuevo bajo el sol como dice la Biblia. Y los hechos se repiten generación tras generación con apenas leves modificaciones. Lo mismo sucede con el vocabulario, que en ciertas épocas adquiere determinados matices y direcciones diferentes en otras, hecho que no hace más que confirmar que la lengua es un fenómeno vivo, un organismo que cambia acorde con las necesidades del hablante”.

Me inclino a creer que, hoy, la palabra ha perdido su poder de contenido, de convicción y por ende de su fragancia. Tal vez por ello las acomodemos al terreno de la propia conveniencia y las dotemos de la persuasión adecuada hacia el otro.

La filosofía budista habla del “eterno ciclo de las existencias”. Algo así como que repetimos los errores una y otra vez. Por ello deberemos renacer una y otra vez para reparar aquello que dejamos pendiente.

Circunscribiéndonos al “aquí y ahora” debiera mediar no solo la palabra, en toda su acepción, sino también lo que esa palabra debiera sostener: una conducta acorde.

La disculpa tiene que venir acompañada de un sentimiento hacia adentro, es decir, que no resulte una mera y simple formulación verbal, vacía de contenido, que lo único que hace es funcionar de boca para afuera, con el fin de “rellenar el expediente, salir del paso y encima hacerlo de forma mediocre”.

Eso se puede admitir en la inocente travesura infantil, cuyo alcance el sujeto menor todavía no conoce pero sí que sienta la base para que vaya tomando conciencia en aras de su mejor futuro.

No nos resulta desconocido el término TDA, que se estudia en Psicología. Es el Trastorno del Déficit de Atención, que habitualmente se aplica a estudiantes jóvenes. También a los niños.

Y no estaría de más que quien tiene obligaciones de niveles superiores, con alta responsabilidad, se aplicara a ello. Poco sentido tiene hablar de lo que almorzaremos el próximo domingo, sin arreglar este tema, hoy, que estamos a lunes.

Adornar el “verbo” con grandilocuencias, ponerle todos los lazos para que quede bonito y no entrar en el fondo de la cuestión, tiene tanto sentido como pretender cocinar “ arroz con leche, sin leche ni arroz”. Un sin sentido.

Con estas premisas no se puede funcionar. Podremos ponerle todo el empeño que queramos, podremos también desoír consejos, sugerencias, incluso encerrar la verdad en el “cuarto oscuro”. Nada de eso valdrá a la larga.

La evidencia es como el mar, podremos ganarle terreno, pero tarde o temprano, cursará la oportuna reclamación de su espacio.

Hablé, líneas arriba del budismo. Y ahora lo hago con unas palabras con las que Cristo concluyó un conocido Sermón. Hablaba de los escribas y fariseos del Tempo. Las cinco palabras fueron las siguientes: por sus obras los conoceréis.

Finalizo: se entrará en un “callejón sin salida”. Pero incluso para esta incómoda situación, existe una solución ingeniosa: que prime la inteligencia.

Da marcha atrás y “sal por donde entraste”.