La peña del Manuel Antonio era muy variopinta. Pelos de colores, tupés, cardados e incluso formales de medio lado. Unos cantaban “no mires a los ojos de la gente” y otras “soy una punk” en festivales de playback. Teníamos un gigante de la laboral e incluso un abuelo. Hacía un curso cada dos años. También había alumnos avezados que trabajan hoy en cualquier parte del mundo. Personal muy cualificado. Se organizaban todo tipo de deportes. Dentro de la Laboral, en Vigo, y con las laborales de A Coruña y Ourense. Los partidos de la liga doméstica enviaban desde cocina su caja de bocatas, fruta y demás. Zato llegó a hacer sus propias olimpiadas. Y ya entonces las chicas competían en todo tipo de deportes. Con selecciones campeonas de Vigo en baloncesto y balonmano.

En fútbol tampoco se perdían gran cosa. No fue la década del fútbol. Había laboratorio de idiomas, de química y de música. Con gente que tocaba y cantaba de cine. Desde un violinista de Mos hasta un pianista de Teis. Convivías con colegas de todos los puntos geográficos. Desde Laxe a Cádiz. En su internado destacaba la Segoviana. Nadie sabía su nombre, pero todos salían a verla pasar. La mayoría de los estudiantes veníamos de clase obrera, sin saber muy bien qué era eso.

Todo esto no hubiera ocurrido de haber aparecido en nuestra adolescencia el móvil. No teníamos tiempo para wasaps, instagrams o influencers.

La realidad era mucho más divertida que cualquier pantalla. Y nada adictiva.