El resultado de las elecciones en la Comunidad de Madrid vuelve a dejar claro el monumental error que cometió Albert Rivera en 2019 al no pactar con el PSOE, evitando dar estabilidad política a España con una mayoría absoluta y, en lo personal, dejando pasar la posibilidad de ser vicepresidente del país.

El mejor momento del partido naranja vino acompañado, paradójicamente, por la peor decisión de su dirigente. Este, en lugar de tratar de ejecutar sus ideas desde dentro del gobierno, prefirió exponerlas desde fuera, desde la oposición.

Hoy le preguntan por la gran oportunidad perdida y el catalán se excusa, por ejemplo, en que los votantes socialistas gritaban “¡Con Rivera no!” la noche electoral, o en que él no pactaría nunca con un partido que dialogaba con aquellos que querían “romper España”.

A Rivera lo tumbaron dos enemigos muy definidos: su orgullo y su falta de astucia. Era de sobra conocida su ideología contraria al independentismo catalán, pero en lugar de “guardársela” temporalmente mientras intentaba negociar un pacto de gobierno con el PSOE, decidió usarla como una de sus principales armas y así dificultar cualquier acuerdo.

Albert no supo, o no quiso, plantearle a Pedro Sánchez un programa de medidas concretas que mejorasen el día a día de los españoles. Prefirió hablar de asuntos que no solucionan la vida diaria de la gente, aunque alegran a los periodistas que buscan titulares impactantes: fronteras, territorios…

Sin embargo, el actual presidente del Gobierno también tiene su parte de culpa. Quizás le echaron atrás aquellos gritos de sus seguidores, como le pasó a Rivera. Ninguno de los dos pensó que toda esa gente, a la mañana siguiente, seguiría con su vida tratando de ir solucionando esos problemas diarios que nos ocupan a todos.

Ciudadanos perdió la gran ocasión de demostrar a los españoles que sabía gobernar y no solamente estar en la oposición. Perdió la gran ocasión de convencer de sus ideas a Pedro Sánchez desde dentro, de forma privada, estando más próximo a él. Pero Albert prefirió decirle las cosas en alto de vez en cuando en el Congreso y, de paso, ir descendiendo de la cresta de la ola a la que había llegado.

Hoy Ciudadanos se diluye y a España le sobran tensión y extremismos.