Con que nos envuelve la hipócrita política de haz lo que digo y no lo que hago, hace del individuo pensante un ser descreído y rebelde. No hay más que ver la plaga de charlatanes que nos gobiernan, cuya verborrea no es acorde con sus gestos y sus miradas de depredadores, ansiosos de alcanzar su propio bien y no el común, el de su pueblo.

Solo la extinción de un ser humano desalmado podría, es de esperar, alumbrar una humanidad mejor, más sana.

Las peleas por las vacunas han venido a confirmar la lucha por la supervivencia de los más poderosos, de los que pudiendo pagar por la salud dejan tirados en la cuneta a los desheredados de la tierra. Y mientras a España llegan las vacunas con cuentagotas, a la India, por poner un ejemplo, le han atascado el gotero para no dejar que se cuele una sola dosis. Los ricos han sacado tajada de la codicia de tromboZeneca, perdón, de AstraZeneca, vacunándose en Arabia o en Israel.

Por el contrario, los ciudadanos de a pie siguen esperando su vacuna, que han de recibir, a capricho de la Administración, de AstraZeneca, a pesar de tener más de 65 y no haber sido probada en este grupo de edad. Pero, ¡chitón!, porque está mal visto tener una opinión distinta a la de los rebaños dirigidos por pastores desvergonzados que tienen a bien encaminar a la plebe por un sendero que ellos, como lobos que son, jamás tomarán. Sino que cogerán el primer atajo para alcanzar, por medio de la posverdad, sus malvados objetivos.