Si hay alguna carretera que lleve al infierno esa es la avenida de Madrid. Los coches compiten entre sí para dilucidar quién es el más necio. Altas cilindradas dan acelerones que le llevan a ninguna parte. Entre rejas quieren emular a Hamilton y no son más que cobayas de laboratorio encerradas entre cuatro latas.

Está estudiado que el comportamiento de un hombre al volante en grupo se envilece hasta convertirlo en un animal. Y eso da dinero, cuantos más animales más coches no eléctricos se venden.

Hay que hacer un trabajo de arqueología para descubrir las aceras de la avenida de Madrid. Y convertirte en Usain Bolt para lograr pasar sus horribles pasos de cebra a tiempo. Hay una zona, la ciudad del coche, convenientemente adecentada. Pero el resto son colinas abandonadas, restos de otra época, carteles que no hacen ciudad. En Vigo no se conduce mal, es en la avenida de Madrid. Vergüenza del salvaje oeste. Cuando los foráneos llegan a la plaza de España piensan que están en la jungla. O al menos eso esperan. Y no es así. Están ante una ciudad con mucha historia y que quiere vivir en paz. Respetar a los peatones y pasear. Extender los carriles bici y el uso del vehículo eléctrico. Pero la avenida de Madrid no indica eso, sino el terror sobre ruedas. Me daría vergüenza ser uno de esos hombres que pisa el acelerador sin sentido solo por escupir al mundo su propia contaminación.