Al trote con las reflexiones ante el Parlamento portugués del comunista Antonio Filipe, versaré sobre “el pensamiento eutanásico”.

Las leyes entran en estas cuestiones delicadas: ¡malo mula! Me siento un poco como si manadas de elefantes entraran en cacharrerías con “tesoros valiosos” produciendo más destrozos que arreglos.

No dudo de la buena intención del legislador pero surgen problemas mayores que los que tratamos de resolver:

–División de la sociedad entre pequeños “dioses de bata blanca” y los “pobres de la tierra” los que no tienen dinero para ir a clínicas privadas con cuidados paliativos. Trivializando vidas en burocracias sin control judicial.

–Colectivos de ancianos desterrados ante la muerte, cuyas vidas parecen ser menos vidas. Blanqueo del delito en base a una petición libre o no.

Ya sé que la intención no es esta; ¿no será un “falso colegueo” lo de ayudarte a morir? Yo me quedo con el cine, el puente y el héroe.

¿Dónde están los límites? ¿Quién define los contornos? Este proceder no tiene límites en la historia, funciona así: primero elegimos un colectivo: ancianos, enfermos, delincuentes… Segundo permites o provocas el fin de esta vida.

Hay una elección, me dirás, pero esa libertad puede estar condicionada –¡qué sabe nadie!–, depresión, soledad, demencias, presión familiar, falta de cuidados paliativos, herencias y no quiero pensar en ahorro de costes.

Y aplaudimos a Filipe por pensar con miras largas: “No es signo de progreso sino de retroceso si alguien pretende anticipar el fin de la vida porque no tiene garantizado los cuidados necesarios, solo merece comprensión, solidaridad y apoyo para que tenga una verdadera alternativa”.

Señores, ¡voy terminando! Queremos hospitales de “batas blancas” que nos den paz, no queremos que nos planeen la vida y la muerte. Nuestras vidas ya sufrientes tienen valor y merecen la pena ser vividas. Como decía el poeta no queremos hospitales con “borrachos de sombras negras” ya que estas “ideas eutanásicas” cabalgan a lomos de “mulas viejas”.