En la aldea y aledaños llevamos unos días de cierta tranquilidad acústica, que agradecemos, pues uno no se da cuenta del frío que hace hasta que se queda sin abrigo.
Entre taza y taza nos enteramos que tal sosiego no es debido a la avería o accidente del quad del nieto de un vecino, sino a un castigo de 15 días por las malas notas en el instituto. Y todos nos alegramos, pues la escandalera que suele hacer cuando llega de clase es mayúscula. Y no te digo nada, sábados y domingos al cantus galli.
Es una pena que este sosiego silencioso dure tan poco. Pero tampoco la culpa es toda del chaval, pues mira que vecinos y familiares le comentan tantos accidentes mortales que hay y que van en aumento por culpa de las dichosas motos y que ya no las utilizan solo por pistas o carreteras, sino por el mismo monte, prohibido por la Ley de Montes.
Lo que antes era y había sido una aldea tranquila, apacible, silenciosa y vacía es ahora con marchas, desfiles y paseos de quadteros un lugar ruidoso que espantaba tanto a personas como a animales.
Algún parroquiano hizo tres “gabias” –siguiendo otros su ejemplo– en el centro de una finca de monte que los quadteros utilizaban ya como privada pista de competición.
Dice mi amigo y vecino, el más viejo de la parroquia, que es feo ser digno de castigo, pero también poco glorioso castigar, pues el castigo, el bueno se hace mejor, pero el malo se hace peor y nos recuerda que, en sus tiempos de mili, nada más llegar al cuartel vio –ya no con sorpresa– como una ventana estaba arrestada a permanecer cerrada ocho días con guardia armado, por el solo hecho de poner a la vista colgada la ropa que un soldado puso a secar. Y que bien cierto es que, –un díscolo– un cántaro vacío, con solo aire hace ruido o que hace más ruido una rana en un charco que cien bueyes en un prado.