Tenías solo 2 años, pequeña Nabody. Procedías de Mali, huyendo del horror y del hambre. La precaria embarcación, rumbo a la incertidumbre, te trajo a una falsa “tierra prometida”, a un “paraíso” inexistente. Pero tu pequeño y frágil corazón, debilitado por tanto sufrimiento, no soportó la dura travesía y se paró al arribar a la costa española de Canarias.

Fuiste otra víctima inocente de la sinrazón del comportamiento humano, cuando apenas habías empezado a vivir. Porque el destino, esa caprichosa fuerza desconocida, tantas veces cruel, no te permitió desarrollar el natural ciclo vital: nacer, crecer y morir.

Sucesos luctuosos como el acontecido nos desgarran el corazón, resquebrajan nuestras convicciones espirituales y hacen que cuestionemos nuestra Fe. Descansa en paz, pequeña y llorada Nabody. Que la tierra te sea leve.