Hace años, llegó a mis manos un manual de normas de “tránsito” del Estado de Florida y me sorprendió, gratamente, que en el mismo no apareciera la frase: preferencia de paso. Por el contrario, en él se alecciona a los conductores acerca de a quiénes deben ceder el paso. Y el matiz no es baladí. De hecho está impregnado de la misma filosofía que las glorietas: ningún vehículo que se aproxime a las mismas goza de preferencia de paso. Por el contrario, sus conductores deben ser conscientes de que al llegar han de ceder el paso a los que ya se hallan dentro.

Y esa es una de las virtudes de estas magníficas infraestructuras: calmar el tráfico. Y esto es válido para las intersecciones convencionales, porque calmando el tráfico, si el conductor que ha de ceder el paso se despista y origina una colisión, el que en teoría tendría preferencia puede evitarla o, de no conseguirlo, el resultado siempre será menos pernicioso que cuando se avanza con la falsa sensación de seguridad que otorga el saberse en posesión de la preferencia.

Sin ánimo de ser tétrico, permítanme la moraleja del epitafio del portugués: “Aquí xacen as cinzas de Xuan que tiña preferencia de paso e pasou”.