Tras casi medio siglo de convivencia, el Reino Unido y la UE han puesto fin a su unión. Como apuntaba Boris Jonhson hace unos días, “hemos recuperado el control de nuestras leyes y nuestro destino”. Cierto es que, como en cualquier pareja que se separa, los antiguos cónyuges ganarán en libertad; el quid de la cuestión está en saber si, haciendo balance, se verán mejor o peor con el regreso a la soltería.

Si nos remontamos a los orígenes de aquel noviazgo, cabe recordar que nuestro gentleman británico no lo tuvo nada fácil a la hora de desposarse con la CEE. El pater familias De Gaulle negó la mano de la novia hasta en dos ocasiones al Reino Unido (1963 y 1967). Solo en 1971, cuando ya el general había fallecido, aceptó la familia comunitaria al pretendiente. Las nupcias se celebraron el 1 de enero de 1973.

Si bien los contrayentes tuvieron sus más y sus menos en los largos años de casamiento, quejándose muchas veces el marido de lo “mandona” que era la esposa, es innegable que ambos prosperaron tras el enlace. Si ese florecimiento se produjo gracias a la cohabitación o a pesar de ella daría para muchas cartas al director...

El caso es que la demanda de separación presentada hace ya cuatro años y medio culminó el pasado viernes en un divorcio amistoso. Los “ex” continuarán comerciando entre ellos sin aranceles; pero eso sí, vigilando mutuamente que ninguna de las partes abuse del convenio regulador y aproveche para subvencionar a sus empresas nacionales, rebajar impuestos o relajar las normativas laborales o medioambientales. Ambas orillas del canal de La Mancha parecen haberse hecho eco de aquella conocida máxima de Ronald Reagan: “Trust but verify” (confiemos y verifiquemos).

El tiempo pondrá a cada uno en su sitio y dará la razón a quien haya de tenerla. En mi humilde opinión, un país que promulga la primera constitución del viejo continente en 1215, que hace germinar el parlamentarismo en Europa con el establecimiento de la Cámara de los Comunes a mediados del siglo XIV y que pare la revolución industrial tiene un futuro prometedor aun sin la tutela de la UE.