Diría que no elegimos al capitán adecuado para esta navegación.

El barco se nos va hacia las rocas, mientras oteamos con los binoculares el grupo de delfines que tenemos delante que nos entretiene más. Más que cambiar el rumbo que nos anuncian los radares y algún que otro barco navegando a distancia.

Mientras tanto los pasajeros bailan despreocupadamente en el salón principal, ajenos al desastre que se avecina.

La orquesta, como en el naufragio del ‘Titanic’, sigue tocando, porque el director así lo ha decidido. Tampoco cobra mayor importancia que se desafinen las notas, y que un DO suene como un RE o como un FA.

Tal vez, me cabe pensar, que lo único que cuenta es “vivir el momento”, pensando que ya vendrán tiempos mejores o que alguien venga a socorrer.

Una vez más nos sostiene la confianza en el azar venturoso, apoyándonos en que volverá a aliarse en pro de hacernos salir airosos.

Y no aprendemos. Volvemos a suspender la asignatura en junio y en septiembre. Nos han cursado la misma pregunta de exámenes pasados y hemos vuelto a responder a lo que no nos habían preguntado.

Se puede ser malo de “solemnidad”, pero tanto… tanto, como que no es muy creíble.

Al nacer la madre naturaleza reparte los naipes. Y existen dos posibilidades.

a) Que sean cartas favorecedoras.

b) Que no lo sean. Se denomina “inteligencia dañada” en su inicio.

Pudiera ocurrir asimismo que a esas cartas favorecedoras, acabemos dándole un uso inapropiado y acaben siendo lo que se denomina “inteligencia fracasada”

A ese capitán que nombré líneas arriba, se le presuponen unos estudios superiores que le hagan merecedor del título correspondiente, que avaló el conocimiento de un tribunal cualificado.

A este otro capitán que envía la nave hacia las rocas, una de 2: O lo embarcaron en la singladura por ser amigo de alguien o le regalaron el título en alguna tómbola y acaba presumiendo de lo que ni es, ni mucho menos entiende.

Y es que jugar a las adivinanzas está muy bien como pasatiempo, pero no para otorgarle carta de credibilidad, sea en la actividad que sea.

Como no se prestó atención a las indicaciones, el barco que navega en lejanía, el que dio aviso, deja de emitir señales y da orden de seguir ruta.

Posiblemente reflexionen sobre el asunto o, en el mejor de los casos, puede que den oportuno informe en algún puerto cercano.

Para entonces, y caso de haber llegado, las embarcaciones de ayuda, habrán visto al escenario de la catástrofe, fuera de tiempo y hora.

La foto que saldrá publicada serán los enormes destrozos del barco, estrellado contra las rocas, los pasajeros tentando llegar a algo a lo que agarrarse, los equipajes flotando y el capitán, culpable del desastre, verá con una enorme sonrisa todo lo que ocurre, subido a una roca que, encima, tuvo la enorme suerte de encontrar a su paso.