En el juicio de Núremberg (1946-1949) fueron condenados los médicos nazis que participaron en los experimentos con prisioneros de los campos de concentración, y en el programa de eutanasia de ancianos e inservibles. Argumentar que obedecían leyes progresistas, dictadas por un Parlamento elegido democráticamente, no les valió para nada. Todos, jueces y analistas, estuvieron de acuerdo en que las atrocidades perpetradas se habrían evitado si los médicos alemanes hubieran respetado el Juramento Hipocrático que habían realizado en la facultad de medicina.

“Jamás daré a nadie medicamento mortal, por mucho que me lo soliciten, ni tomaré iniciativa alguna de este tipo; tampoco administraré abortivo a mujer alguna. Por el contrario, viviré y practicaré mi arte de forma santa y pura” (versión original, no adulterada, del Juramento Hipocrático).

Por mantener los principios de este juramento, muchos médicos americanos se niegan, cada año, a colaborar en las ejecuciones por medio de la inyección letal. Esta postura ocasiona un trastorno no pequeño a los Estados donde la pena capital sigue vigente, ya que se ven forzados a aplazar cancelar la “ceremonia”, o bien precisan contratar matarifes a sueldo.

Y en plena pandemia, sin venir a cuento, nuestros dirigentes deciden que es un deber del médico matar ancianitos demenciados y pacientes terminales, solo porque a ellos les conviene políticamente. Va ser que no. Será mejor que contraten a sus okupas y perroflautas.