Qué importantes son los valores humanos cuando llevados de un artículo o del plano teórico a la realidad descubrimos que son imprescindibles para vivir con armonía y dignidad. Por ejemplo, la empatía; esa disposición a pensar y sentir cómo lo hace el otro/a no es tan fácil de experimentar en toda su potencia, en el día a día. Me refiero a que cuando todavía no hemos vivido en nuestra propia carne la pérdida de un ser querido próximo, por ejemplo, puedes sentir la pérdida de un ser querido del otro/a, alguien más o menos cercano; pero no percibimos con el mismo grado o impacto ese dolor que él/ella sí experimenta.

Sin llegar a este extremo, he tenido esta misma reflexión con motivo del contagio por COVID que tantas y tantas familias experimentan; los protagonistas de esas cifras y estadísticas que diariamente nos llegan a través de todos los medios y en todos los formatos posibles.

Aún siendo consciente de que a cualquiera nos puede afectar a pesar de nuestras medidas preventivas en cualquier momento de nuestra vida cotidiana, es difícil hacer propio con ese grado de realismo que estas personas sufren, el crisol de preocupaciones, emociones y pensamientos con las que pasan esos días de confinamiento familiar, sobre todo, si conviven con sus mayores o en especiales dificultades personales.

De pronto, me hago consciente de que en realidad convivimos completamente rodeados por multitud de experiencias negativas de otros/as, desgracias que nosotros aún no hemos padecido: ese vecino que ha perdido su trabajo, ese conocido de “un amigo” amenazado por el embargo de su casa o esa familia de nuestro propio barrio que se haya “desestructurada”, por no hablar de “el hijo de Juan” que “¿sabes que tiene problemas con el juego y el alcohol?”

Es en ese acto consciente de reconocimiento de la desgracia o infortunio ajeno pero asimilado con empatía cuando logramos conectarnos con la solidaridad. Es algo así como la satisfacción que sentimos cuando un/a deportista de nuestro país alcanza su medalla en una final olímpica cuando le/la vemos cruzar la meta (acabamos casi tan cansados pero felices como él/ella).

Pero para lograr esta conexión con el sentimiento de solidaridad necesitamos, como se suele decir, “salir de nuestra zona de confort” (“ande yo caliente, ríase la gente”, escuché alguna vez), salir de nuestro mundo, trascender nuestro propio ego.

Tarde o temprano todos/as nos enfrentaremos no a una sino a varias de esas desgracias o infortunios (cuantas menos mejor, ¡qué duda cabe!), esas situaciones de otras personas no tan lejanas a nuestra realidad. Y cuando esos momentos lleguen, si llegan, agradeceremos esa disposición de alguien, esa empatía y esa solidaridad que nos dará consuelo y fuerza para continuar nuestras vidas con esperanza e ilusión. Sí, con razón les llaman valores y con razón se dice... “esto tiene un valor incalculable”.

Con cariño a todas las personas que lo están pasando mal y a aquellas que quieran escucharles con atención e interés.