Tener éxito y ser el mejor no te asegura nada. Maradona seguirá siendo en el imaginario de muchos el mejor jugador desde que los ingleses inventaron el fútbol. Y ciertamente lo es. Impredecible y desbordante. De niños no soñábamos con ser Maradona. No tenía sentido. Solo habría uno. E incluso nos parecía más grande de lo que era. Se los llevaba a todos de calle.

Gran parte del mundo se identifica con aquel chaval que jugaba entre el barro de Villa Fiorito, en Buenos Aires. En una villa miseria. Consiguió un estilo de juego totalmente distinto que el resto de los mortales. Jugaba en otra galaxia. Y para Argentina y el resto del mundo fue impactante. Y lo seguirá siendo.

Maradona pertenece a una generación que vivió la expansión del consumo de todo tipo de drogas. La oferta era muy grande. Y a veces una novedad cuando llegas a ese mundo. El número de personajes que le habrán vendido estupefacientes puede ser interminable. Tanto como su bolsillo.

Diego también pertenece a los fantásticos años 80. Quién no tiene un amigo o conocido que se lo haya llevado la droga.

Se habla mucho de la personalidad de Maradona e incluso han creado una religión en torno a su figura. Pero lo cierto es que no veo que haya habido ningún movimiento social para recuperar a Diego como persona. Para liberarse de las drogas y respirar.

Es muy fácil idolatrar los goles del mejor jugador del mundo. Pero muy difícil ayudar a la persona que hay detrás. O eso parece.