Los profesores, desde que el mundo es mundo, tienen algo de hombres orquesta. Cuanto menor sea la edad de los pupilos, más hombre orquesta es el maestro. Lo mismo enseña a leer y a escribir que cura una herida; tanto confecciona un traje de pastor para festival navideño como un traje de fresa en cartulina verde y roja para Carnaval.

Igual canta que baila en el recreo.

Lo mismo hace mimo que tabla gimnástica para fin de curso.

Enseñantes, consejeros, oidores, apagafuegos, mantenedores del orden...

No obstante, como preparar clases, impartirlas, corregir exámenes, evaluar, llevar tutorías de padres (funciones que se añaden a todo lo anterior en el caso de los maestros de Infantil y Primaria), es una nadería, pues vamos a añadir guardias de autobús, guardias de patio, guardias de puerta, guardias de biblioteca, guardias de recreo, actas, programaciones de 600 páginas con mil estándares de aprendizaje, informes individualizados, memorias, análisis estadísticos y un largo etcétera de tareas absurdas que desgastan y queman a los docentes.

Cuando ya parecía que el gremio docente había tocado fondo y que peor imposible, aparece el Covid, que da varias vueltas de tuerca más al maltrato del profesorado, desautorizado, vapuleado y sobrecargado.

Ahora clases presenciales; ahora teleformación; ahora mixto, presencial para los alumnos sanos y aula virtual para los que dan positivo.

Whatsapp, correo electrónico, aulas virtuales, plataformas varias... La red ardía.

Desde el confinamiento de marzo el machaque ha sido brutal. El esfuerzo que ha tenido que hacer la comunidad del profesorado ha sido titánico.

Los equipos directivos han sido llevados al límite laboral, al paroxismo, pues ni del verano pudieron disfrutar con los preparativos para la que se avecinaba en septiembre, tras las vacaciones.

Mas aún no habíamos visto todo. ¿Por qué no implicar a este gremio tan sufrido y polifacético que no la rasca en labores sanitarias? Eureka. Que hagan los docentes PCR. ¡Qué gran idea, oye! ¡No sé cómo no se nos había ocurrido antes!

Salud de titán se requiere para ese oficio, nervios de acero y paciencia de santo.

¡Qué más da! Si toco la trompeta, tara tara tareta.

Si toco el clarinete, teré, teré, terete.

Si toco el violín, tiri, tiri, tirí.

Si toco el trombón, toró, toró, toró.

¿Y tanto esfuerzo para qué?

Para que algunos sigan pensando “¡Qué bien viven los profesores! No dan palo al agua” .

Programo, preparo, explico, corrijo, evalúo... así que no me fastidies y ponte a estudiar, no vayas a hacer caso a la ministra, que quiere darte el título con varias suspensas.

Canta, toca la guitarra, baila, hombre orquesta, que está a punto de empezar la función. Eso sí, si resiste el músico, escribe el lisiado, exento de la guerra, en el hospital de campaña, el observatorio desde el que denuncia con la esperanza de que el clamor vuele hasta los mullidos despachos de los que ordenan normas, leyes, protocolos... un tanto insensibles al dolor.