El Premio Nobel de Química de este año ha recaído en las investigadoras Emmanuelle Charpentier y Jennifer Doudna por su desarrollo de la técnica de edición genética, denominada CRISPR-Cas9, que permite cortar y eliminar segmentos del ADN de cualquier ser vivo (motivo por el que también se la conoce como la "tijera genética"). Es de destacar que en esta ocasión el premio haya ido a parar a dos científicas (incluidas ellas, el Nobel de Química solo ha sido otorgado en toda su historia a siete mujeres, la primera de las cuales fue Madame Curie); si bien, ha dejado fuera a un español, Francis Mojica, que realizó la investigación precursora que sirvió de base a dicha técnica y que incluso le puso el nombre CRISPR.

Por otra parte, y no menos relevante, la adjudicación del máximo galardón mundial pone de manifiesto la importancia de una biotecnología que puede llegar a tener una profunda repercusión en el futuro de la humanidad y de la naturaleza que nos rodea, ya que permite la modificación del genoma de cualquier especie, incluida la nuestra. De hecho, en el año 2017, el doctor chino He Jiankui ya la aplicó sobre la herencia genética de dos niñas gemelas, transgrediendo las normas deontológicas que prohíben experimentar en humanos de forma precipitada y descontrolada un procedimiento todavía no suficientemente garantizado y capaz de generar consecuencias imprevisibles.

Sin embargo, se estima que en las condiciones de seguridad adecuadas, la edición genética podrá llegar a ser útil para prevenir enfermedades congénitas eliminando del genoma los segmentos que las provocan, e incluso para frenar algunas patologías adquiridas. También puede tener aplicaciones beneficiosas en sectores como la agricultura o la ganadería, y tal vez consiga ayudar en la lucha contra el deterioro del medio ambiente. Pero plantea asimismo grandes interrogantes éticos al abrir la puerta a la posibilidad de alterar el genoma humano, con la finalidad, no ya de curar graves dolencias, sino de "mejorar", aumentar, o simplemente escoger a voluntad, las cualidades físicas e intelectuales de nuestros sucesores, en un escenario de selección artificial y autoevolución hasta ahora inédito, solo visto en obras de ciencia ficción.

Como toda innovación tecnológica revolucionaria, la edición genética posibilitada por investigadores como Charpentier, Doudna y Mojica, supone el inicio de un hondo cambio histórico. Depende no solo de la ciencia sino también de la sociedad -a través de la opinión pública, la política y el derecho- que este cambio se oriente en el mejor sentido posible, evitando abusos y riesgos innecesarios. La concesión del Premio Nobel a la técnica CRISPR debería contribuir a divulgar más su conocimiento y a propiciar el debate sobre sus ventajas, inconvenientes y límites.