Presiento el paso de esta pandemia que vivimos como un entreacto de espectáculo. Diría que, tal vez, pudiera servirnos de ocasión para merecida reflexión.

A mi manera de ver, creo que hemos sacado el pie bastante fuera del tiesto. Cada uno puede tomar el rumbo en el que mejor se integre, sin molestar la tranquilidad ajena.

Todas estas nuevas formas de comportamiento que hemos adoptado podrán gozar de beneplácito, incluso tomar formas de legalidad por estar inscritas en un Diario Oficial. Vale. Pero con límites y matizaciones. No se trata de ir contra ninguna figura de autoridad, ni siquiera hacia doctrina espiritual, cualquiera que ésta fuese.

Se trata de imponernos, en definitiva, aquella vieja costumbre de escribir o de recordar un paso dado en falso que, al no saberlo, hoy damos por bueno y el que mañana, posiblemente, nos pese.

Una de las bases o fundamentos de la filosofía budista es "la impermanencia de las cosas", incluso del pensamiento.

Cambiamos a cada instante y eso deberíamos tenerlo muy presente. Asumimos como válida la filosofía de los griegos clásicos y luego cambiamos a los humanistas o al existencialismo de Sartre. Incluso podríamos abrazar el nihilismo.

Tanto de unos como de otros, algo nos habrá valido. La modificación de postura siempre tiene una peana sobre la que se sustenta. O no, depende.

A eso me refería desde el principio. Quiero decir que hay decisiones que merecen el riesgo de asumirse porque tendrán la ocasión de modificarse si fueron inapropiadas. Y hay otras que dificultan una marcha atrás. Otras serán ya irreversibles.

En mi opinión hemos adquirido tuercas para las que no hemos encontrado, al paso del tiempo, el tornillo adecuado. Presumiblemente no las encontraremos nunca.

Por todo ello, deberíamos aprovechar el entreacto para posicionarnos más firmemente sobre las decisiones que tomemos, al margen de modernidades, movimientos o similares.

Tal vez estar más alerta sobre falsas premisas.