Este domingo, la Iglesia celebró la Pascua del Enfermo. El Señor Resucitado nos apremia a curar y a cuidar a los enfermos y a velar por su dignidad. Estamos viviendo tiempos convulsos, en los que un letal virus ha quebrantado la salud de millares de personas, cobrándose la vida de muchas de ellas y nos sitúa ante un panorama económico desolador.Paradójicamente, mientras toda la sociedad hace lo posible para que este virus no siga causando más víctimas mortales, el Gobierno trata de legalizar la eutanasia.

Esta situación de desierto que puede suponer la enfermedad, exige de nosotros un gran salto de fe, de confianza. Esta fe se alimenta mediante la adhesión a un rostro, el de Cristo, y la práctica de los sacramentos, donde el Señor nos insufla consuelo y aliento.

"Venid a mí todos los que estéis cansados y agobiados, que yo os aliviaré". El dolor y la enfermedad forman parte del misterio del hombre; son propios de nuestra condición humana. Es propio del cristiano dirigirse a Dios, más que nunca, en la enfermedad, para pedirle salud del cuerpo y del alma. La clave para leer nuestra propia existencia, especialmente la enfermedad, es la cruz y la Resurrección del Señor. Tras la muerte de Jesús, la derrota parece insuperable, pero si la mirada se eleva al Crucificado, nuestros sufrimientos serán acariciados por los Suyos. "La cruz es la cátedra de Dios", Francisco

Jesús acogió nuestras limitaciones humanas, asumiéndolas sobre sí mismo en el misterio de la cruz. Sólo desde este drama divino-humano, el sufrimiento tiene sentido. Cristo sufre con nosotros, compartiendo con nosotros el sufrimiento, que se transforma en medio de salvación. Sólo en Cristo encuentra sosiego nuestro corazón agitado. Él se deja afectar por nuestras lágrimas y comparte nuestras horas más amargas, pero lo hace con tal ternura que nos sostiene abrazados por una Presencia amorosa, que aunque no acabe con la enfermedad, nos da la fortaleza para afrontarla.

Ante la enfermedad, podemos pensar que Dios es cruel o que parece estar dormido y su silencio nos quema por dentro. Es en nuestras debilidades donde Dios se quiere encontrar con nosotros. Él quiere hacerse presente como un Padre deseoso de acariciar nuestra vida y rescatarla con su amor entrañable. "Aunque ahora mismo no sea capaz de darme cuenta, la verdad es que soy el hijo elegido de Dios,valioso a los ojos de Dios, llamado por toda la eternidad, y estoy a salvo en su eterno abrazo". Tú eres mi amado, Henri Nouwen

En este día quiero tener un recuerdo especial para el personal sanitario, pero también para los médicos del alma, para los sacerdotes y hacerlo presente a Él, que está también en los hospitales, esperándonos para compartir nuestra angustia, para sobrellevar un dolor insoportable, para abrazar nuestra pequeñez ante una situación que, a veces, humanamente nos desborda.