Era un hombre sencillo pero al que también le gustaba chufar, por eso, cuando le decían que su perro no era guardián sino cruzado de uno vagabundo de paso por allí, lo tomaba como ofensa personal e incluso maltrato hacia el preciado animal. Discurrió entonces su mente, consciente de que su perro no alcanzaba a defender su honor, y al final, sí, ¡era guardián!; defendería a su amigo de viles ofensas que circulaban por el pueblo y comprometían su paternidad; se levantó feliz para demostrar en el bar que su amigo Rufus era aquel valiente anónimo can que un día defendió del lobo las gallinas del corral, lo cual, sin duda, avalaría su pedigrí. Llegado a casa, Rufus miró a su amo consciente ya de que no era amo sino amigo quien adquirió fama de mentir por buscar sin descanso las pruebas que demostraban que su can era guardián, sabiendo bien que tendía, en la intimidad del hogar, a ir de acá para allá en errante y continuo vagar. No fueron pruebas concluyentes de paternidad pero sí las que avalaron la amistad del único que le daba de comer antes de sacarlo a pasear.

Rufus me enseñó que algunos juzgan tu apariencia para decidir si deben quererte y, sin en embargo, otros te quieren como eres para luego aconsejarte sobre tu apariencia. Gracias, amigo Rufus.