Junto estas letras hoy, corriendo el riesgo de que la realidad -compleja en su propia definición- las deje obsoletas e inútiles en cuanto termine el siguiente párrafo. Tan obsoletas como una noticia de cualquier noticiero de las ocho a ocho y cinco, tan breve como un bulo siendo reemplazado por el siguiente y tan inútil como un grito en una tertulia.

Decía el título, hipersocialización, que no es que el socialismo se volviese loco. Me refiero a cosas como esa libertad individual que reclamamos pero que paradójicamente dependemos de otros para ser libres. Ese individuo que necesita de otro para hacer cosas, para ir al cine, para discutir, para viajar o simplemente para estar. Es de esta sociedad hiperconectada, hiperinformada, hipertrofiada -claro- y otros adjetivos que empiezan por híper de la que quiero hablar. Este exceso de socialización nos está pasando factura en estos momentos en los que socializar es un privilegio. Mire usted, ese exceso, como cualquier exceso, es malo. Ya no digamos el exceso de opinión en estos días de cuarentena. Seguramente querido lector estos días haya recibido más de alguna opinión de cuánto va a durar esta cuarentena -expertos adivinos-, de cómo lavarse las manos -expertos en higiene- o de expertos en toses licenciados hace dos días.

No quiero hablar de la sociedad española en concreto, quizá mañana, sino en general. Uno tiene la sensación de que el individuo cada día es menos importante y es aplastado por el todo. La evolución en su elegancia infinita procuró, en una improbabilidad estadística y puede que la única, que cada nuevo individuo fuese totalmente diferente al anterior. Encontrar argumentos para refutar a un Dios que trabaja los trescientos sesenta y cinco días al año durante los últimos dos millones parece complicado. Aunque el humano, ya se sabe. Se cree. Puede que sea más fácil y más cómodo para alguien manejar a un todo que a individuos subversivos.

En fin, puede que mis palabras resuenen misántropas. No digo yo que no, ni digo yo que sí. Somos lo que leemos, las pelis que vemos, la gente que nos rodea, el lugar que no elegimos nacer o vivir, la gente con la que hablamos, la gente con la que no pero sí. Pero ante todo somos lo que somos. Puede que en el término medio entre la sugestión social y la del propio individuo esté la clave. Yo qué sé, me voy a chatear con alguien.