"Había en Bagdad un mercader que envió a su criado al mercado a comprar provisiones, y al rato el criado regresó pálido y tembloroso y dijo: Señor, cuando estaba en la plaza del mercado una mujer me hizo muecas entre la multitud y cuando me volví pude ver que era la Muerte. Me miró y me hizo un gesto de amenaza; por eso quiero que me prestes tu caballo para irme de la ciudad y escapar a mi sino. Me iré para Samarra y allí la Muerte no me encontrará. El mercader le prestó su caballo y el sirviente montó en él y le clavó las espuelas en los flancos huyendo a todo galope. Después el mercader se fue para la plaza y vio entre la muchedumbre a la Muerte, a quien le preguntó: ¿Por qué amenazaste a mi criado cuando lo viste esta mañana? No fue un gesto de amenaza, le contestó, sino un impulso de sorpresa. Me asombró verlo aquí en Bagdad, porque tengo una cita con él esta noche en Samarra".

Esta leyenda árabe que hace un montón de años escuché a un sacerdote, me está recordando a la paranoia colectiva que estamos viviendo en estos momentos de "corona-time".

No quiero decir que no sea necesario tomar todas las medidas de precaución pertinentes para evitar contraer enfermedades (no solo el coronavirus), pero por más que nos empeñemos en huir de nuestro encuentro con el más allá, nos vamos a tropezar con él allá donde tengamos la cita. Para los creyentes: dónde, cómo y cuándo Dios quiera. Ni antes ni después.

Por eso, con la debida prudencia, debemos estar tranquilos y no alarmarnos. Aunque quizás no esté de más hacer un repaso a nuestra conciencia y estar preparados?por si acaso.