La comodidad y el ahorro de trabajo a veces no es una estrategia tan inteligente como pueda parecer a simple vista. Esto fue lo que nos dijo nuestro amigo y vecino, el más viejo de la parroquia, al poder ver en su cara aquel mal afeitado que traía decorando toda su cara; lagunas, lagos y mismo ríos y cordilleras de barba, -incluso una tirita- talmente parecía más propio de un camuflaje de marines. La causa era debido a la falta de cuchillas con que solía afeitarse, pues tiempo ha que había dejado la navaja heredada de su padre y traída de Cuba por mor y miedo a la falta de pulso de sus manos que ya empezaba a desconfiar de ellas. Había usado una maquina eléctrica que tenía de un regalo de cumpleaños, ya totalmente olvidada en su primitivo envoltorio de dicho obsequio de una nuera. Verdad es que no había necesidad de enjabonarse la cara y esperar para luego poco a poco, incluso a veces con cierto divertimento, quitar lo que sobraba o estaba de más. Ahorraba tiempo, pero era cosa para gente con prisas, no para él.

Le había pasado lo mismo que al Chinto, quien un año, quiso madrugar en la siembra, -llevarles la delantera a todos los demás vecinos- y ya en el mes de febrero tenía preparada toda la huerta. Luego al llegar abril y mayo, tuvo que volver a prepararla por las malas hierbas que se habían adueñado de toda ella. Dos trabajos por el precio de uno. Y pese a los consejos de sus mayores, pero ya se sabe que muchas veces vale más callar, que con borrico hablar.

Le dolía salir así de su casa, con esa pinta, pero como tardase su mujer que al pueblo había ido, y el tabernero no disponía de ellas, acordó venir a tomar sus vinos, pues más vale beber demasiado vino bueno, que poco y malo y que también, más vale mal afeitado, que bien desollado.

Hubo que callar. Además, quien no se ha cortado alguna vez, sobre todo un lunes. La comprensión y empatía entre compañeros es uno de nuestros sentimientos más afectivos. Y no te cuento después del tercer Ribeiro.