Cada día la tristeza forma parte de cómo me siento al comprobar ciertos comportamientos indeseables en la sociedad en la que vivimos, sin que yo entonces pueda fingir el daño que me ocasionan, dado que mi expresión o naturaleza es un mapa que refleja esa angustia que nos daña a todos. La mediocridad, la violencia, el morbo, el menosprecio o el embiste gratuito de algunos, políticos o no, hacia quien no piensa como ellos se magnifica, el ruido se impone y sólo vale erosionar y gastar al adversario, rompiéndose el diálogo, el respeto, el entendimiento y dando valor indebido a las mentiras, la irreflexión, la soberbia, la agresión sin más, o el vano regusto de creerse más sabio y mejor que el contrario.

Es cierto que hoy día la sociedad está anegada de más información pero gran parte de ella sin calidad, de ahí que sea necesario guardar un cierto distanciamiento de lo que se lee, oye, no se palpa y, por ende, no se contrasta. Esta es una sociedad perpleja, cansada, donde predomina la rutina y no se valora en nada el esfuerzo por entender o hacer, sin ganas por leer más de todo, a fin de tener criterio propio y de ese modo, que tanta noticia falsa que se lee o se propaga, se desmonte por sí sola, sin aval alguno.

En ese sentido, los medios de prensa, radio y televisión tienen parte de culpa, por guardar una cierta complicidad y confort con los teletipos y noticias que les llegan sin moverse de la redacción o sólo dar importancia a lo que exprese un político u otro, cuyas embestidas al rival, muchas veces, conforman titulares y sumarios u opiniones contrariadas, sin tener demasiado en cuenta las versiones in situ de ciudadanos a pie, a fin de discernir lo que se comenta fuera, en la calle.

Es importante el esfuerzo para escuchar no lo que se quiere oír sino para evaluar y valorar la apuesta de los que en realidad luchan por defender la honestidad y la bondad, máximas de la inteligencia, en declive hoy, asemejándose al cambio climático de nuestro planeta.