Olvidamos quienes somos cuando despreciamos los valores fundamentales de la vida. ¡Y claro! ¿Cuáles son esos valores?... pensaréis.

Depende para quién y para qué pueden ser diferentes, pero hay algo básico y es que no podemos olvidarnos jamás de que hemos tenido la suerte o desgracia diréis algunos de crecer en una casa, de recibir una educación y de tener la panza llena como se suele decir. Hay muchos que no tienen esa opción, y hay otros que cuando cubren todas esas necesidades y son autosuficientes, deciden olvidar.

Olvidar que esa vieja que no para de rezongar es la que le enseñó a dar sus primeros pasos.

Olvidar que esa loca que no para de llamar y enviarte mensajes algún día dedicó su vida a darte todo y siempre tuvo tiempo? aunque no lo tuviera.

Olvidar que se puede dar un beso sin que sea por obligación.

Olvidar que la familia que hoy tienes es gracias en parte a lo que te ha dado esa vieja que no quieres ver.

Olvidar que hoy eres hijo, pero que también serás padre y abuelo y sabrás el dolor de ser olvidado.

Olvidar que los insultos se quedan grabados en el corazón de las personas y no se borran jamás, aunque llores en su entierro, eso no cambiará nada.

Olvidar que solo los vivos reciben amor, y que los muertos solo quedan en nuestros corazones como un recuerdo bonito o una pesadilla si no llegaste al final de sus días como deberías.

Olvidar que el amor de una madre es erróneo muchas veces, y se equivoca otras tantas, pero es único e incomparable.

Olvidar quien eres es lo más triste que le puede pasar a nadie.

Olvidar donde dejaste las llaves, olvidar comer, olvidar los recuerdos, simplemente olvidar.

Mirarte a los ojos y ver tu olvido es lo más triste que me ha pasado nunca, pero cuando llegue ese momento en que recuerdes y la mires a los ojos y ella no recuerde quien eres tú.

Eso es una amnesia provocada.

Ese dolor de hijo y de madre que simplemente decidieron olvidar y mirar para otro lado, ese dolor no se olvida.