"¿Qué le pasa a Perú que cada vez que sale un presidente lo meten preso?". El comentario, hace tres meses, del Papa en Lima parece dar pábulo a una especie de maldición sobre la política peruana. Desde la traumática presidencia de Alberto Fujimori, todos los presidentes han acabado presos o perseguidos por la justicia. Pedro Pablo Kuczynski ofrecía un perfil distinto, un buen gestor alejado de los vicios de la política profesional, pero el caso Odebrecht, el constructor que corrompió a toda América Latina, terminó llevándoselo por delante. La buena noticia es que la corrupción ha dejado de estar consentida y que el Estado de Derecho se va abriendo paso. La mala, que la alternativa no va a ser necesariamente mejor.