En su visita al santuario de Fátima en 1982, San Juan Pablo II proclamaba que "a la luz del misterio de la maternidad espiritual de María, tratemos de entender el mensaje extraordinario que aquí, en Fátima, comenzó a resonar en todo el mundo, desde el 13 de mayo de 1917 y se prolongó durante cinco meses, hasta el 13 de octubre del mismo año."

En este año jubilar del centenario de las apariciones de la Virgen María en Fátima, estas palabras del recordado Papa deben resonar como un nítido recordatorio de la gravedad y la magnitud que encierra el mensaje de Fátima, un grito de advertencia real a toda la humanidad, a una sociedad crecientemente secularizada, que sigue un camino destructivo con la sobrevaloración de actitudes pecaminosas, de vidas al margen de Dios, del cultivo de una moral personal sin un referente verdadero. El mensaje de Fátima está íntimamente unido a la necesidad de penitencia y conversión que proclama el Evangelio.

Si el mensaje de Fátima con su visión apocalíptica tuvo lugar en un momento crucial de la historia, también hoy el mundo continúa siendo zarandeado por la guerra, la violencia, la corrupción, el mal.

Las apariciones de Fátima reafirman la urgente necesidad de una vida cuyo centro ha de ser Cristo; son un llamamiento del cielo a los hombres para que abandonen el camino del mal y se vuelvan, se conviertan a Cristo, a que salgan de la ilusión de la autosuficiencia para descubrir y aceptar la propia indigencia y la necesidad de Dios.

"Al final, mi inmaculado corazón triunfará." Triunfar implica ganar una batalla y la mayor batalla de estos tiempos que encierra todas las que se libran hoy es la crisis de fe, la crisis de verdad. Constatamos una honda crisis, una crisis moral, de vida cristiana, una crisis del alma, profundamente asentada en la raíz misma de la sociedad. Europa, que ha nacido como tal con el cristianismo, ha apostatado: en la calle, en los lugares de trabajo, en los medios de comunicación, etc. Nuestro nivel de vida cristiana es muy bajo, como si nos hubiéramos acostumbrado y resignado a la apostasía generalizada. Falta suscitar un verdadero entusiasmo cristiano frente al laicismo que nos rodea y que nos devora. En esta batalla, la Virgen nos ofrece su corazón como refugio seguro, pero a la vez, nos indica que Dios ha querido que el triunfo sea adquirido por Ella.

Fátima es experiencia de fe, un nuevo Pentecostés, una explosión de renovación y crecimiento espiritual. Nuestra madre quiere estar también hoy a nuestro lado y llama al mundo a volver a Dios. María nos apela a vivir una vida cristiana auténtica, obedeciendo los mandamientos de Dios y cumpliendo los deberes inherentes a nuestro estado de vida.

El triunfo del inmaculado corazón de María es también el triunfo de la nueva primavera de la Iglesia: "Resurgir la fe, brillará la Iglesia, triunfará el corazón de Cristo", San Juan Pablo II