Cuando Cristo oyó a Pedro definirle: "Tú eres el hijo de Dios" fundó la Iglesia con estas palabras. "Tu eres Pedro, piedra, y sobre ella edificaré mi iglesia" (Mat. 16,16/18). Y prometió la ayuda y presencia del Espíritu hasta el final de los tiempos. Esta es la iglesia fundacional. Y con el primer Papa, Pedro, se inicia la historia de la Iglesia.

Al mundo le impacta más la historia que la esencia. Confunde expansión planetaria (función apostólica) con la revelación dogmática. Salvo en círculos reducidos del pensamiento teológico férreamente protegido por Joseph Ratzinger como prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, Benedicto XVI era un cardenal entre otros. Entonces advertía un ambiente neopagana en Europa marcada por la idolatría del dinero, de la reputación, del hedonismo, del dominio de los pueblos. Y se produce una inversión terminológica de la religión: La Iglesia ha de adaptarse a las nuevas filosofías del liberalismo. La dogmática en la sacristía. Joseph Ratzinger entiende que la Iglesia ha de superar la metafísica de la neo-escolástica y abrirse a una nueva locución evangélica. Que la fe de la Iglesia ha de cimentarse en el mensaje de liberación del evangelio y en la tradición más originaria del cristianismo. La confianza incondicional a su pensamiento tenía nombre propio: Juan Pablo II.

De Pío XII a Benedicto XVI, Europa se esponja de teorías relativistas que justifican el pluralismo religioso como fórmulas válidas. Joseph Ratzinger, con un historial académico en filosofía y teología realmente esplendoroso, gana críticas severas de la misma curia romana por su rigor como depositario de la fe. Separa al eminente teólogo Hans Kung de la docencia; advierte a Leonardo Bofl de su atrevida conducta misionera. Puntualiza lo que hay de paja o trigo en "La Teología de la Liberación". Muestra una cierta tristura de muchas conclusiones del Concilio Vaticano II. Temas como el aborto, la homosexualidad, la eutanasia, el método anticonceptivo estaban mejor definidas en el Concilio Vaticano I. Incluso litúrgicamente. En todo esto la Iglesia vive su historia, sin dejación de su dogmática derivada del evangelio. La gente cree que el Papa puede actuar como si su misión trascendente fuera una asignatura política. Esta perseverancia en el credo teológico afecta a la Iglesia institucional.

La renuncia al papado de Benedicto XVI ante el cúmulo de desarreglos por retornar a una iglesia primigenia, prefiere que sea otro Papa, que bajo la luz del Espíritu y un mucho de musculatura vuelva a recobrar el verdadero rostro que vio Cristo en Pedro cuando le confesó: "Tú eres el hijo de Dios vivo".

Se trata, pues, de un refuerzo de la Iglesia el nuevo Papa. Igual los cardenales no lo saben, entretenidos con tener las riendas del poder vaticanista, pero quien salga cuenta con la ayuda del Espíritu y la oración monástica del cardenal Benedicto XVI.

Lenguaje y pedagogía actualizada y ejemplaridad de vida de los rectores de la Iglesia es lo que cabe esperar del nuevo pontífice sin que afecte al dogma en que está asentada la Iglesia para tristeza de los que piensan que el bien y el mal pueden matrimoniarse.