Una paradoja social

Existen en la actual sociedad una serie de comportamientos que señalan una especie de categorías de ideologías políticamente correctas, a las cuales debe mostrarse una adhesión incondicional, bajo la amenaza de ser excluido al limbo de la marginación si se discrepa de la línea correcta implantada por el pensamiento progresista.

Se habla del derecho de los homosexuales a adoptar niños, y se excluye el derecho de estos niños a ser consultados sobre si desean tener un padre y una madre como los de toda la vida. También se habla del derecho de la mujer a abortar esgrimiendo que su cuerpo le pertenece a ella, pero olvidando que lo que lleva dentro de sí no es su cuerpo -el de la mujer-sino otro completamente distinto al cual en buena lógica democrática habría que darle el derecho a expresar su opinión, cosa que no podrá hacer si no se le deja nacer; y también se vulnera el derecho del hombre a expresar su opinión sobre su propia descendencia -él también participa en la concepción del nuevo ser- motivo sobrado para ser oído, o al menosconsultado.

Por contra a estos comportamientos rayanos en una dureza increíble se observa un exaltado amor por los animales. Y no está nada mal querer a los animales, que conste. Pero no estaría de más razonar sobre la base de ese amor total a los irracionales que parece aureolar a sus propagandistas como personas sensibles, tiernas y acogedoras. Y se debe aclarar, que aunque la mayoría de los amantes de sus mascotas sean personas de bien, e incluso sensibles, eso no quiere decir que "todos" los que gozan con los irracionales, sean un dechado de perfecciones. Y citaré un caso concreto para ilustrar lo anterior. Una de las primeras cosas que hizo Hitler al convertirse en Canciller alemán fue dictar una Ley de Protección de los Animales, en 1933; en dicha disposición se decía que los animales tenían el "derecho a ser protegidos por su condición animal".

Del mismo tenor protector fue la Ley del Reich de Caza, de 1934; y lo mismo se puede atribuir a la Ley de Protección de la Naturaleza, de 1935, en la que se expresa que además de las superficies cultivadas debían ser objeto de protección y conservación "los espacios de bosques, montes y parques naturales". Además de lo anterior, los hábitos del Canciller eran frugales; no bebía, no fumaba y era vegetariano. Una persona encantadora, ¿verdad?. Y luego ya se sabe la que armó y lo que hizo con millones de judíos, mientras tuvo poder.

Por otra parte, existe mucho amante de los animales -en concreto de los perros y gatos- que no se percata que "amar a los animales" sería una actitud que obligaría a cierto cambio en nuestras costumbres. ¿No es un animal el cerdo? Pues bien que nos lo comemos. ¿Y la ternera, acaso no es un animal digno de amor? Pues nos sabe muy bien estofada. ¿Y el pollo, no es un animal acaso? Pues está muy sabroso al chilindrón. "Oiga amigo, está usted hablando de animales de consumo de toda la vida". Pues no estaría muy seguro, porque en Filipinas el perro y el gato -lo mismo que en otras partes de Asia- es un bocado exquisito, y en esos lugares son también animales de consumo habitual.

Decir que se "ama" a los animales es muy bonito y se queda muy bien con las amistades; otra cosa distinta es ser coherente en la vida diaria con tan gratificante afirmación. Y me parece a mí, que en ese sentido, hay mucho más de apariencia que de realidad.

Miguel Gamallo Agulló - Vigo

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