En la catedral de Tui, con las vallas del César hemos topado. Y con la resistencia del canónigo fabriquero a retirarlas, refractario a las manifestaciones de desaprobación de multitud de fieles y del propio obispo.

Nada más traspasar el umbral de ingreso al templo, una sólida barandilla de madera, que abarca el frontal de las tres naves, cierra eficazmente el paso del visitante. En mitad del vallador, y delante de éste, ocupando el ancho de la nave central, se sitúan, a modo de batería de bienvenida, varios tableros que informan de la disponibilidad de una capilla lateral para el rezo, de la alternativa cultural y el precio de la visita, una máquina tragaperras para el encendido de la iluminación y, a modo de recepcionista, y para mayor abundamiento de vías recaudatorias, un monaguillo de cartón piedra con un cepillo entre las manos que pide limosna.

Considero que los espacios destinados a la liturgia, por su carácter sagrado, y por estar vinculados a este servicio de vocación universal, deben ser accesibles al público en general. No sólo es eficaz la liturgia viva que celebran los sacerdotes sirviéndose de la palabra, sino también la sutil y profunda, pero comprensible a todas las lenguas, que pasiva pero permanentemente oficia el arte sacro, de la que ninguna iglesia, y tampoco la católica, debe prescindir.

Esta restrictiva frontera, descortés por su contundencia física (la acotación mediante acordonamiento sería más deferente y estéticamente acorde con la ingravidez de la atmósfera mística), dota al templo, dada su inmediatez, de una impronta mercantilista y, al tiempo que distancia físicamente a los fieles y/o visitantes de los lugares de culto, también los aleja espiritualmente. El establecimiento de un filtro económico lejos de purificar contamina el materialismo. Quienes se interesan por el arte sacro de algún modo participan de su aliento religioso. A través del arte también se hace apostolado.

Nadie discute la necesidad dineraria para satisfacer los gastos de mantenimiento de la catedral de Tui, cuya cuantía guarda necesariamente relación con la magnitud del templo, pero sí el método de obtención de ingresos, a pesar de los muchos ejemplos justificativos de igual o parecida práctica recaudatoria. Por este camino se está configurando para la Iglesia un futuro exclusivamente museístico. De hecho, buena parte de estos templos en los que se cobra por entrar funcionan como museos.

Permítaseme sugerir, al objeto de incrementar los ingresos en la medida de lo necesario, sin menoscabo de la espiritualidad del templo, que la tarifa actual se aplique al itinerario cultural de costumbre (los lugares de culto serían, dicho de manera irreverente, la oferta gratuita del paquete turístico), y que, complementariamente, se obsequian folletos ilustrativos del contenido histórico y artístico de estos espacios de acceso libre, acompañados de la petición de donativo para los gastos de sostenimiento. Cabe pensar que si se reduce el programa de pago disminuya su atractivo y, por tanto, el número de visitantes, pero la curiosidad, una vez despertada, demanda que sea satisfecha. En cualquier caso, hay que tener fe, que Dios proveerá.

José Antonio Quiroga Quiroga - Tui