Que los santos hacen milagros no da lugar a dudas, unos más y otros menos el milagro pueden otorgarlo, aunque en muchos casos éste no llega a su debido tiempo; pero que sí existen milagros, puede considerarse una realidad, sin que esta opinión sea compartida por todos.

En mi infancia he tenido oportunidad de poder comprobar, lo que para mi modo de entender en aquella época había constituido un milagro. Un compañero de infancia padecía una grave dolencia en una de sus extremidades. Su madre hizo una ofrenda a San Benito de Pardesoa para que su hijo se curara. Pasaron algunos meses de la plegaria y el milagro se hizo patente. El chaval recobró el normal movimiento del miembro enfermo, permitiéndole desarrollar una vida normal, como los demás compañeros.

En este pueblo existía una señora conocida por todos como la tía Ramona, que con su esposo Francisco y sus cinco hijos, componían una familia muy querida del vecindario. La tía Ramona había heredado de sus padres una imagen, conocida en el lugar con el nombre de el Padre Eterno. Se hallaba en un altar instalado en un hueco construido ex profeso, en una de la paredes laterales del salón principal de la casa, cuya antigüedad se remontaba a más de cien años atrás.

Recuerdo que siendo niño, asistí a un banquete de una boda en el salón donde se hallaba instalado el santo, me habían situado en un lugar al lado mismo, al que de vez en cuando le pasaba la mano por la barbilla. La tía Ramona me decía que no le tocara la cara al santo ya que luego no haría milagros.

Recuerdo uno de los platos del menú de la cena, ragut de patatas con carne de ternera de la casa, sacrificada para la fiesta.

Cuando alguno de los veranos se hacía muy pertinaz la sequía, los vecinos del pueblo acudían a la casa de la tía Ramona en busca del milagro del santo. La propietaria de la imagen ordenaba a sus hijas que llevaran el Padre Eterno y lo lavaran en el río en el paraje conocido por Val do Candedo, donde ella poseía parte de sus huertos. Le recomendaba que deberían mojarlo solamente una vez, ya que de hacerlo con varias inmersiones en el agua llovería torrencialmente y arrasaría las tierras, como ya había ocurrido en alguna ocasión, según le comentaban los antepasados de la tía Ramona.

Dice la gente del pueblo, que aunque no todas, algunas de las veces el milagro se hacía realidad y las tierras recibían del cielo la lluvia para regarlas.

En la actualidad desconocemos el paradero del Santo Milagreiro, pero sí le rogamos a su actual propietario que no sería desacertado llevarlo al Val do Candedo, sumergirlo en el agua aunque sólo sea por una vez, a ver si efectivamente llueve y lo que antaño fue un milagro ahora podamos contemplarlo como una realidad.

José Janeiro Balboa - Ourense