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Opinión

Vigo

Acto de fe en el Meixoeiro

Coches mal aparcados en el entorno del Hospital Meixoeiro.

Coches mal aparcados en el entorno del Hospital Meixoeiro. / FdV

Ir en coche al Meixoeiro es un sufrimiento, y con niños, casi una odisea. Menos mal que no tengo que acudir a menudo. Además, pasan los años y lo único que cambia es el número de leiraparkings que han colonizado fincas privadas —espero— y espacios públicos —temo— para su propio beneficio… ¡y menos mal que existen!

El pasado jueves reviví la experiencia. Allá nos fuimos mi hijo pequeño y yo a la revisión oftalmológica de los tres años. Fue llegar y escuchar: «¿Por qué hay tantos coches, papá?». Creo que le dije algo de que al hospital viene mucha gente y no hay aparcamiento. «¿Por qué?», insistió el crío desde el asiento de atrás.

Qué buena pregunta: ¿por qué? Es evidente que hay una total falta de planificación. No es solo que cada día un aluvión de trabajadores y pacientes del complejo hospitalario lleguen con sus vehículos privados en vez de coger el autobús. El transporte público aquí ni siquiera es una alternativa real. Y como ejemplo, todos los del área de Vigo —que no somos pocos— que no tenemos conexión de bus, o que si la tenemos, te obligaría a perder medio día para ir, y otro medio día para volver.

A la segunda pregunta del pequeño ya no contesté. Simplemente dediqué unos diez minutos a dar vueltas para ver si salía algún coche; otros cinco estuvimos parados en doble fila con el mismo objetivo —de nuevo, sin éxito— y, cuando se nos echaba el tiempo encima para la cita, reanudé la marcha y me dirigí al primer leiraparking que vi. Una simpática encargada, con una riñonera a modo de bandolera, nos abrió paso hacia una plaza en una explanada de barro. Aparcamos, salimos del coche y le dimos el donativo: 2 euros. Da igual el tiempo. Ellos ya saben que el 99% de sus clientes van al hospital y que la rotación está asegurada.

Caos de tráfico

Al subir, ya como peatones, comprobamos el caos de tráfico que cubre las faldas del hospital: coches estacionados en zonas prohibidas, subidos a las aceras, ocupando pasos de peatones… Niños, embarazadas, ancianos caminando por la carretera porque las aceras son impracticables, como bien recordó hace unas semanas mi compañero Carlos Ponce. Menos mal que no nos llovió, porque todos sabemos que cuando caen cuatro gotas nos volvemos más pacíficos al volante, aparcamos las prisas y estamos de mejor humor…

Preguntes a quien preguntes, todos coinciden en que prefieren ir al Cunqueiro antes que al Meixoeiro. Y no hablo en términos de calidad sanitaria —ese es otro debate—, sino por la tranquilidad que da en Beade disponer de un aparcamiento privado bajo el propio hospital

—vale, sí, pagas, pero sabes que siempre hay una plaza donde dejar el coche cerca— y de otro público y gratuito, construido por el Concello, a escasos metros.

Digo yo que, ahora que tenemos Plan Xeral, el ámbito del Meixoeiro debería ser uno de los primeros en ejecutarse, por seguridad, ¿no? Porque, al final, lo que uno siente al ir al Meixo es que todo sigue igual —o peor— que hace diez años, solo que con más coches y más barro. No se trata de asfaltar un par de fincas ni de pintar cuatro líneas nuevas en el suelo; se trata de planificar una ciudad que funcione también para quienes están enfermos, para los que acompañan y para los que trabajan allí cada día. Aparcar no puede seguir siendo una cuestión de fe.

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