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Opinión

El origen espiritual de Occidente

Para Toynbee los tres grandes pilares de la civilización occidental eran la filosofía griega, el derecho romano y la religión judeocristiana. Creo que el europeo de hoy en día no es realmente consciente de hasta qué punto lo que somos actualmente se lo debemos al «de dónde venimos». Pero me gustaría centrarme, en esta ocasión, en el pilar judeocristiano al que considero el más trascendente.

Viajemos pues al génesis, pero no al bíblico, sino al de las primeras religiones y a un grupo de patriarcas que decidieron comunicarse con un único Dios. Si tenemos en cuenta el marco geográfico de los antiguos hebreos, que se moverán entre las civilizaciones mesopotámicas y egipcias, nos encontraremos que están rodeados con un enorme panteón de dioses antropomórficos e inmortales, en algunos casos, incluso, con atributos animales. Por supuesto estas religiones mitológicas suponían un cierto avance con relación a la de tribus anteriores y más rudimentarias, cuyos dioses eran simplemente geomórficos y supersticiosos. Sin embargo, el primitivo pueblo de Israel plantea conceptos espirituales mucho más elaborados. Un Dios creador omnipotente y omnipresente. La lucha entre el bien y el mal. Las profecías sobre la llegada de un mesías. La existencia de un alma y de una vida después de la vida, o bien en la gehenna, (un infierno purificador) o en el olam ha-ba, (cielo), en función de la ética de nuestros actos. Y lo más curioso. Compila la historia del pueblo de Israel y sus creencias religiosas en un libro. La biblia hebrea.

¿Cómo una humilde tribu de pastores y comerciantes nómadas llegan a tener planteamientos espirituales más avanzados que las, entonces, complejas civilizaciones que les rodean? En primer lugar, habría que decir que no todo en la biblia hebrea pertenece a la historia y espiritualidad del pueblo hebreo. Aunque en este punto sería interesante entender en que se diferencia la biblia hebrea de la católica, porque muchas veces se tiende a simplificar pensando que la primera se circunscribe al antiguo testamento y la segunda añade el nuevo testamento. Pero no exactamente. La biblia hebrea la conforman tres partes. La Torá o la ley (que es el pentateuco católico), los profetas y los escritos. La biblia católica añade a su antiguo testamento los denominados deuterocanónicos. Básicamente, los escritos posteriores a la helenización de Judea. La culpa de esto la tuvo Alejandro Magno, pero bueno, eso es otra historia de la que escribiré en otra ocasión. Lo que está claro es que la religión judía va a tener aportaciones importantes de estas civilizaciones vecinas. Por ejemplo. El descubrimiento de unas tablillas de barro en las ruinas de Nínive referidas al Rey Gilgamesh y en las que se narra una mítica inundación como la sufrida por Noé. En la mitología egipcia también existe un juicio final (juicio de Osiris), pero, sin duda, las aportaciones más importantes provienen del zoroastrismo, en donde se plantea un modelo espiritual similar. El monoteísmo, la lucha entre el bien y el mal e incluso la llegada de un mesías. Hay que tener en cuenta que la biblia se comienza a escribir (o, mejor dicho, a plasmar por escrito una tradición oral), en el año 587 a.C., cuando el rey caldeo Nabucodonosor II conquista Jerusalén, destruye el templo y deporta a Babilonia a gran parte de su población. Es decir, los escritos bíblicos comienzan en el exilio. ¿Y qué rey les devolverá su libertad y su tierra a aquellos judíos babilónicos? Pues el rey persa y fundador del imperio aqueménida Ciro II o Ciro el Grande, que conquista Babilonia en el 539 a.C. ¿Y por qué es este dato tan relevante? Porque Ciro no solo permitirá la libertad religiosa en su imperio, sino porque era un seguidor del mazdeísmo o zoroastrismo y, en consecuencia, es lógico pensar que un monarca tan querido para los judíos tuviese, también, una gran influencia desde una perspectiva espiritual.

Viajemos ahora hacia adelante, a un momento indeterminado entre los años 7 a 4 a.C., cuando nace el hijo de un carpintero en la provincia romana de Judea, un tal Yeshua bar Yosef o Jesús hijo de José. No entrare aquí en el análisis del Jesús histórico sobre el que existe un amplísimo consenso entre los académicos basándose, no solo en los evangelios, tanto canónicos como apócrifos, sino también en historiadores como Flavio Josefo o Tácito. Lo que me interesa resaltar es que este Jesús de la ciudad de Nazaret se convertirá de adulto en un rabino, pero su mensaje, basándose claramente en la religión judía, será tremendamente adelantado para su época, hasta el punto de ser considerado herético por sus conciudadanos. Ese mensaje transformaría, como es bien sabido, la espiritualidad de occidente y sigue muy presente en nuestra civilización.

Todos somos, como señala Antonio Piñero, «cristianos culturales». Independientemente de las creencias de cada cual, incluso ateos y agnósticos, todos compartimos unos mismos principios éticos, escala de valores, conceptos sobre la familia y la sociedad o priorizamos virtudes y criticamos defectos, en base a esa tradición judeocristiana. En este punto habrá quien pueda plantear si otras culturas no mantienen principios similares. En aspectos generales si existe una compresión global de planteamientos éticos básicos. Pero a poco que profundicemos las cosas cambian. ¿Tenemos las mismas ideas sobre el papel de la mujer en la sociedad? ¿sobre el matrimonio, sobre la poligamia, sobre la educación de los hijos, sobre la blasfemia, sobre la dignidad humana, sobre los distintos tipos de crímenes...?

Aunque no seamos muy conscientes lo que somos se lo debemos a la historia de nuestra civilización. Por eso, en estos tiempos tan peculiares y superfluos, me parece importante recordarlo.

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