Opinión
Sergi Sol
La conquista del Oeste
Palestina, como sujeto de derecho, como país, está condenada. Es cuestión de tiempo. La batalla por el territorio no tiene vuelta de tuerca. No solo sigue menguando desde 1948 la tierra donde viven los palestinos. Ahora lo hace a un ritmo vertiginoso, acelerando en Cisjordania. Los colonos toman olivares, colinas y casas a punta de metralleta, parapetados tras el Tsahal, con absoluta impunidad.
El problema, en todo caso, es qué hacer con esos cinco millones que viven en Gaza y Cisjordania que Trump y Netanyahu querrían hacer desaparecer, como esos otros cinco millones de palestinos que siguen hacinados en inmensos campos de refugiados en el Líbano, en Siria y en Jordania.
Pero siendo este el principal problema desde el alumbramiento de Israel, otro problema creciente amenaza al país de los judíos. La lucha entre el mundo religioso y el secular que progresa a favor de los primeros. La democracia israelí vive cada día más condicionada por una sociedad que no solo se inclina a una derecha cada vez más extrema, si no con un peso cada vez mayor de la ortodoxia.
Se estima que en Jerusalén son ya más de un 50% los ortodoxos. Y entre estos la mayoría se identifican como haredim, ultraortodoxos, los temerosos de Dios, aquellos que viven en barrios como Mea Sharim, dedicados al estudio de la Torá, ellos. Y a procrear, ellas, con un índice de natalidad que permite aventurar que cada año van a representar un porcentaje mayor en la sociedad israelí. Por el contrario, en Jerusalén, los judíos laicos son menos del 20%.
Israel suele ser alabado, frente al mundo árabe, por su vocación y carácter occidentales. Una democracia rodeada de regímenes dictatoriales e islamistas. Esa es, a menudo, la virtud que suelen destacar los valedores de Israel y de un sionismo que no es exactamente lo que imaginó Theodor Herzl. Los pioneros kibutz son hoy una entelequia que nada tienen que ver con el movimiento colono que cuenta en sus filas con una notable presencia de estadounidenses que parecen emular la conquista del Oeste a punta de pistola frente a las flechas de los desdichados pieles rojas.
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