Opinión
Los 21 del «Pitanxo»
Razonaba Vázquez Montalbán, allá por 1983, que: «Una regla de oro por la cual los países pobres tienen grandes ciclistas y marineros, es porque son oficios que nadie quiere (…) es una expresión de la crisis». Con los ciclistas acierta, porque desde los cinco tours de Induráin (91-95) hasta las vitorias de Pereiro, Sastre y Contador, entre 2006 y 2008, hemos quedado huérfanos de gloria.
Se cumple la lógica de Montalbán porque, cierto es, la España de principios de los 90 escondía una profunda recesión que se agudizaría por la Guerra del Golfo y en los 2000... colapso financiero por la burbuja inmobiliaria que resulta en una sociedad arrasada y arruinada,
Acertó también con los marineros. Hacerse a la mar en Galicia, cada vez más, es cosa de viejos. Por eso latinos, asiáticos y africanos son los nuevos países que alimentan las tripulaciones gallegas. El «Villa de Pitanxo» tampoco era una excepción en este sentido. De los veintiún marineros fallecidos, siete eran gallegos y los catorce restantes se repartían entre Perú, Ghana y Cabo Verde.
La semana pasada se daba a conocer el dictamen de la comisión de investigación sobre el hundimiento del barco. Las conclusiones de los técnicos fueron las esperadas. Además de las numerosas irregularidades que presentaba el «Pitanxo» —operado por la armadora Pesquerías Nores—, las prácticas negligentes del capitán, Juan Padín, son las responsables de la tragedia.
Si bien, como apuntaba FARO —y esto es lo interesante— en el informe se evita enredar de forma directa a las diferentes administraciones implicadas: Consellería do Mar, Ministerio de Transportes, Capitanía Marítima de Vigo, Dirección General de la Marina Mercante,… como si al final lo del «Pitanxo» fuera como el accidente del Alvia en Angrois: el maquinista a la cárcel y tan amigos.
No, ni una palabra de reproche hacia la armadora. Acostumbrada a las medias verdades, falseando despachos, sin que nadie la fiscalice ni revise el número de tripulantes, las mareas que hacía en su zona asignada o fuera de ella, las reformas sin autorización… pues claro, se vino arriba. Y continuaría igual hasta que la catástrofe fuera mayúscula.
Sin embargo, es mas importante lo otro. Ejercer una supervisión profesional sobre toda la flota. Podemos asumir una oveja negra, no el rebaño completo. Sin embargo, sin vigilancia ni control, rápido normalizaríamos la mala praxis. Me pregunto, las inspecciones de Capitanía, ¿cómo se efectúan? ¿Ningún inspector detectó anomalías ni que la nave iba sobrecargada? ¿Es posible que nadie sea responsable de que un buque de 50 metros de eslora, «ghrande coma un mundo», se vaya al fondo del mar y acabe con la vida de 21 personas? Visto lo visto, casi prefiero volver a los 90 y, al menos, disfrutar con Induráin.
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