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Opinión | Editorial

Vigo da la bienvenida al futuro: los chips fotónicos

Sin semiconductores, considerados el alma de la tecnología moderna e imprescindibles para los microprocesadores y los chips de memoria, el mundo que hoy conocemos dejaría de girar. Es una de las múltiples lecciones que la pandemia del covid nos hizo aprender de forma abrupta. Hace cinco años, cuando las mayores plantas de semiconductores y microchips —la mayoría ubicadas en Asia (Taiwán, Corea del Sur y China)— detuvieron su producción por el virus, se produjo un estrangulamiento de las cadenas logísticas que impactó a nivel mundial en casi todos los sectores: desde la automoción —en Vigo, por ejemplo, vivimos cientos de jornadas de paro forzoso en la planta de Stellantis por falta de estos dispositivos, cuya demanda ha ido creciendo a medida que la tecnología colonizaba los coches— hasta la electrónica de consumo, las telecomunicaciones y los electrodomésticos.

La pandemia, además de recordarnos lo vulnerable que es el ser humano y la imperiosa necesidad de reforzar las políticas de salud pública, puso de relieve la excesiva dependencia que el Viejo Continente tiene de Asia y su falta de soberanía industrial y tecnológica. Esta falla estructural obligó a la Unión Europea —hasta entonces ingenuamente convencida de las ventajas de la deslocalización industrial— a elevar su apuesta por el mercado de los semiconductores, movilizando recursos multimillonarios para no volver a quedar aislada entre el fuego cruzado de China y Estados Unidos, los dos principales fagocitadores de microchips del planeta. La debilidad europea volvió a quedar en evidencia en 2021, cuando el portacontenedores Ever Given encalló y bloqueó el canal de Suez, por donde circula más del 10% del comercio marítimo mundial. Y, otra vez en las últimas semanas, cuando los fabricantes de automóviles europeos, empezando por el grupo alemán Volkswagen, han tenido que detener algunas plantas tras la reducción de las exportaciones chinas de semiconductores, consecuencia de la intervención del Gobierno holandés en el fabricante de chips Nexperia (de capital chino), víctima de la batalla comercial entre Oriente y Occidente.

Ante esta excesiva dependencia de Estados Unidos y Asia, que se extiende —como hemos podido comprobar en conflictos como la invasión rusa de Ucrania— al ámbito de la defensa y la seguridad, los países europeos, incluida España, están aportando muchos más recursos para revertir la situación. Sus esfuerzos se centran ahora en un nuevo tipo de chips que poco o nada tienen que ver con los circuitos electrónicos convencionales: los chips fotónicos, basados en la luz. Los semiconductores tradicionales utilizan electrones para transmitir información, mientras que los fotónicos emplean partículas de luz mediante componentes ópticos, lo que supone un salto cuantitativo y cualitativo en velocidad y capacidad de transmisión, con un consumo energético muy inferior. Una ventaja crucial en esta era de la inteligencia artificial (IA), que hoy requiere ingentes cantidades de energía y obliga a desplegar gigantescos centros de datos en los cinco continentes.

«La ciudad tiene ante sí la posibilidad de escribir una nueva página en su historia industrial, pasando de ensamblar coches a fabricar luz»

En este cambio de paradigma, Vigo quiere ser protagonista. Y tiene los mimbres para serlo. De hecho, empezó a trabajar en esta nueva tecnología mucho antes de que la pandemia revelase las miserias europeas en materia de microchips. Primero desde la Universidad, con un grupo de investigadores en fotónica —a la cabeza Francisco Díaz— que plantearon a la Zona Franca la posibilidad de abrir en la ciudad la primera planta de chips fotónicos de España y una de las primeras de Europa. El Consorcio apostó desde el primer minuto por el proyecto, colaborando en su diseño, en la captación de inversores públicos y privados —un proceso largo y no exento de contratiempos— que culminó con la constitución de la sociedad Sparc Foundry. Hoy Sparc es una realidad imparable: este año cerró su accionariado con la incorporación de dos pesos pesados, Indra —el gigante español de nuevas tecnologías, que desembolsó 20 millones de euros— y la Sociedad Española de Transformación Tecnológica (SETT), que aportó otros 17 millones. Sumados a las participaciones de Vigo Activo (de la Zona Franca) y otros inversores privados, permitirán poner a finales de año la primera piedra de una planta llamada a transformar para siempre el tejido industrial de Vigo.

La jornada organizada por FARO, Prensa Ibérica y el suplemento Activos junto con la Zona Franca, «Vigo, epicentro de la fotónica en España», celebrada este jueves, fue un fiel reflejo de las expectativas y la ilusión que está despertando este nuevo ecosistema empresarial que crece alrededor de Sparc. Ponentes de primer nivel de firmas y centros tecnológicos vinculados al cambio de paradigma fotónico —como Indra, Alcyon Photonics, Gradiant, UARX Space, Marine Space Instruments, Urovesa, Delta Vigo, CITIC HIC Gandara Censa o GKN Driveline—, así como representantes institucionales de la Zona Franca, el Concello de Vigo, la SETT e incluso la secretaria de Estado de Defensa, Amparo Valcarce, coincidieron en una conclusión compartida: Vigo tiene el potencial para situarse a la vanguardia de los semiconductores fotónicos.

Ahora toca no desviarse del objetivo y seguir dando los pasos necesarios para lograrlo. Por lo pronto, los trabajos de construcción de la planta arrancarán a finales de año en una parcela de 3.200 metros cuadrados del Parque Tecnológico y Logístico de la Zona Franca en Valadares. Empleará a unos 200 trabajadores altamente cualificados y tendrá capacidad para producir unas 20.000 obleas anuales. Pero esto es solo el principio. La planta de semiconductores estará acompañada por un centro de empaquetado y por firmas de diseño y apoyo tecnológico, ingenierías y centros de innovación, lo que hace difícil calcular el efecto tractor que tendrá la fotónica en Vigo. Francisco Díaz, CEO de Sparc, lo resumía en el foro con una frase elocuente: «Incalculable». No es descabellado pensar que, si fructifica, este proyecto podría suponer para la ciudad y para el conjunto de Galicia un hito comparable al desembarco de Citroën en 1958.

Y quizá esa sea la mejor enseñanza de todo este proceso: que de las crisis surgen las oportunidades para reinventarse. Vigo, una ciudad acostumbrada a sobreponerse a los cambios de ciclo, tiene ante sí la posibilidad de escribir una nueva página en su historia industrial, pasando de ensamblar coches a fabricar luz. Si Europa logra acompasar su paso, la revolución fotónica que empieza en esta esquina del Atlántico podría convertirse en uno de los motores de la soberanía tecnológica del continente.

opinion@farodevigo.es

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