Opinión
El resfriado del CTAG

Vista general del CTAG / Elías Regueira
Es tiempo de resfriados. También en lo económico. Los síntomas están ahí. Sectores que hasta hace poco iban viento en popa, ajenos a las crisis globales, ya sufren los primeros estornudos. Les gotea la nariz. Alguno, como la automoción, incluso tiene el termómetro puesto: le ha subido la temperatura, y veremos si basta con analgésicos o hará falta medicación más fuerte.
Lo sorprendente es que uno de los primeros en enfermar ha sido la joya de la corona del ecosistema innovador del sector: el Centro Tecnológico de la Automoción de Galicia (CTAG), que acaba de anunciar un ERE para 150 personas y un ERTE para el resto (son cerca de 900). Y eso, en una plantilla que ya había mermado en torno a un 20% de un año a otro.
La del CTAG, desde su inauguración en 2002, ha sido una historia de éxito constante. La punta de lanza de la I+D en Galicia, una referencia para otras regiones, el ejemplo a seguir. Desde sus instalaciones en Porriño salían noticias que parecían de ciencia ficción: como cuando desarrolló el primer sistema de reconocimiento de señales de tráfico (una de mis primeras scoops), clave para la conducción automatizada. También fue pionero en nuevos materiales, el coche eléctrico y conectado, la interfaz hombre-máquina (HMI), los corredores inteligentes...
El centro, en cuya puesta en marcha fue determinante el exdirector de Balaídos Javier Riera —fue, de hecho, su primer presidente—, expandió poco a poco sus tentáculos en todas las direcciones, para cabreo mayúsculo de las grandes ingenierías (Altran, Segula, Alten, Akka, Expleo, etc.), haciéndose hueco a codazos en los grandes contratos de Stellantis, como por ejemplo, en la industrialización de la actual generación del Peugeot 2008. Ahora mismo, dudo que haya alguna planta del grupo francoitaloamericano que no tenga ingenieros made in CTAG trabajando como residentes.
Siempre gozó de una salud de hierro, creciendo en tamaño e influencia, con gran apoyo del sector público. Se permitió soñar con proyectos como un gran circuito de pruebas de alta velocidad para el coche autónomo —que no llegó a ver la luz… por ahora—. Fichó talento de la competencia, como Francisco Sánchez (Electrónica y SmartMobility) y Ana Paul (Innovación Tecnológica), ambos procedentes de Seat. Todo, bajo la batuta de Luis Moreno, un tipo tan brillante como escurridizo con la prensa, al que vi una vez hablar tres idiomas distintos por teléfono en apenas quince minutos de vuelo.
Factores del declive
En fin, que el CTAG lo está pasando mal. Lo venían advirtiendo los sindicatos. Y, siendo sinceros, no sorprende: hace apenas un año tenía 1.100 trabajadores —era la segunda empresa de automoción de Galicia por volumen de empleo—, en plena caída de ventas global y con la electrificación acelerada impuesta por Bruselas presionando al sector. Además, el maná de la innovación en el área de Vigo ya no es exclusivo del CTAG. También están Gradiant, Aimen, y una red vibrante de start-ups nacidas al calor de las aceleradoras/incubadoras Business Factory Auto & Mobility y High Tech Auto.
Ahora bien, conociendo al personal del centro, confío en que esto no sea más que un resfriado. Paracetamol y listo. Porque si algo ha demostrado el CTAG en más de dos décadas es su capacidad para reinventarse. Ha surfeado crisis, cambios de paradigma y revoluciones tecnológicas sin despeinarse. Y aunque ahora tosa un poco y tenga que guardar cama unos días, no parece el tipo de paciente que se quede mucho tiempo fuera de juego. Espero.
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